PRÓLOGO
Todos
necesitamos tener fe en algo, o en alguien. Cada uno de nosotros ya sea de la
religión que sea, necesita apoyar esa intensa esperanza en un algo protector,
llevar consigo un amuleto que nos proteja; nos guíe en esta vida tan peculiar.
Todos los errores que cometemos en el día a día y que dejamos pasar como si no
tuvieran importancia, parece que después se nos cobra. Dejándonos en el alma
una especie de ambigua sensación de soledad y de abandono. Como si ese alguien
al que rezamos, pedimos; nos dejara de lado, nos olvidara.
Dejamos
que la sociedad que hemos creado y que envuelve a la humanidad con todas sus
ilusiones y efímeros sueños, nos absorba sin compasión. La nueva generación
escogerá su camino, sus retos, aunque en un traspié de ese trayecto se
equivoque y sin explicación crean o sientan su destino confundido. Hay veces en
las que estamos pendientes de esa prole nueva, dándoles guía, y consejos. Una
especie de indicación para que caminen sobre seguro. Aún así, la pata se mete.
No somos adivinos y todo lo que nos rodea es una especie de pantalla, un
reflejo de realidades perdidas, de falsas ilusiones, de caminos truncados que
nos hacen dudar y, decidir desacertadamente. ¿Por qué no atinamos?
Creemos,
nos convencemos que lo hacemos lo mejor posible. Aún así, la futura generación
camina en un hilo de peligrosas adversidades. Entonces, despertamos de nuestra
“ensoñación”. Y sentimos, que podemos corregir los fallos, pero nos damos
cuenta de que es casi imposible. Todos estamos expuestos a una especie de
sombra negativa que trastorna los sentimientos y parece que tiene decisión
propia, y no nos deja actuar. Es entonces realmente, cuando percibimos que
estamos perdidos y aclamamos, para que un milagro se haga y nos libere de esas
garras del monstruo, que nos atrapó.
Esperamos
que cierto “superhéroe” venido de la nada, nos ayude a salir de ese pozo sin
fondo. Un héroe, que nunca se manifiesta. Todos los que aman, abrazan su fe y
la sienten con fervor. Oran en sus lenguas, y suplican al cielo el perdón de
sus pecados, del mundo. Deseosos que alguien les escuchen, y ocurra ese
extraordinario milagro de la liberación.
Nunca
sucede nada, no llega ese algo. ¿Acaso existe? O… es que estamos tan ciegos que
no lo vemos. Seguimos pensando, que bajará del cielo y corregirá todo lo que
hemos estropeado. En una palabra: comodidad. Que nos saquen las castañas del
fuego; así no nos quemamos. No somos capaces de desentramar la madeja, resolver
lo que hemos comenzado. Y… a quién echamos la culpa. Al mismo, al que no se ve.
Somos
tan realmente pequeños, que entendemos no ser dueños de nuestras vidas. Y,
aquel que mueve los hilos, y esté donde esté, es quien tiene la sartén por el
mango. ¿Debemos delegar ese poder a esa energía misteriosa para que nos saque
del aprieto?
La
vida en este mundo, fue el mejor obsequio que se nos pudo regalar. Y nuestra
obligación es: respetar esa decisión. Cuidar lo que tenemos, nuestro hogar y
nuestra familia… Proteger, aconsejar, guiar y hacer lo que esté en nuestras
manos; nada más.
“Yo,
creo en Dios sobre todas las cosas. Pienso, que somos nosotros quienes les
damos de lado y lo olvidamos; no él. Siento su presencia cuando lo necesito y
su verdad dentro de mí”.
Todos los personajes de ésta historia son ficticios,
aunque parezcan reales. No por eso deja de ser realidad. Está basada en los
hechos que nos rodean, envolviéndola con una pizca de fantasía. Todos
necesitamos pensar que alguien hará justicia, que los malos dejarán de serlo y
que el bien reinará el mundo.
Había
tenido una semana muy ajetreada, complicada con los exámenes y quería
desconectar. Michael decidió junto a su peña el pasar el fin de semana en el
bosque. Habían organizado con ímpetu esos días. Tenían un planning de
todo lo que iban a hacer a la luz de la naturaleza. Pensaban en el aire puro
que respirarían en un ambiente tan especial.
El día
de la excursión…
Van a
pie por un sendero llevando lo necesario para pasar dos noches entre árboles.
Estaban súper felices y reían entre comentarios que hacían, mientras el paso se
les hacía ameno y distraído. Un saludable ambiente les rodeaba amenizado con un
sinfín de melodías y cantares que la brisa del aire les llevaba a sus sentidos.
Todo eso hasta el momento era normal, apacible y relajado.
―Michael,
este es el lugar perfecto― dijo Laura muy convencida.
Michael
dio un vistazo a su alrededor en medio de un claro del bosque, sintiendo en sí
una paz extrema que lo envolvía. Cerró los ojos y escuchó con el interior de
sus sentidos, con el alma y entonces decidió.
―Sí,
es perfecto.
―A que
está… ¡guay!― comentó Oscar muy orgulloso.
Todos
estaban de acuerdo con el sitio y decidieron montar el campamento. Percibieron
que el lugar era ideal para descansar de unos días incansables de temarios y
exámenes. Cada uno expresó lo que sentía y lo que quería capturar de esos
momentos. Tenían un plan concebido de lo que era, pasárselo bien, lejos de la
familia y en plena libertad.
―Deberíamos
montar las tiendas, dejar el campamento listo si queremos dar un vistazo por
ahí― dedujo Laura.
Michael
se le acercó por detrás y la rodeó con sus brazos, estaba muy cariñoso y
acaramelado.
―No
pienses que hemos venido para enrollarnos― le dejó muy claro y perspicaz.
Todos
se habían dado cuenta sobre el temita y habían sonreído gesticulando,
murmurando algunas palabrejas que no habían dejado de ser otra cosa, que
bromitas entre amigos.
Michael
estaba pillado por Laura aunque ella no parecía tener otras intenciones que la
de ser buenos amigos. Por ahora su intención era la de estudiar y sacar el
curso adelante, terminar el bachiller. Estaban en un tonteo peligroso y muy
particular, parecía que ninguno se decidía a fondo a demostrar lo que sentían
realmente.
―Chicos…
―habló de pronto Estefanía―, nosotras dormiremos aquí y ustedes allá.
Estaba
decidido que las chicas durmieran aparte. Eso, incordió al sexo opuesto,
llevaban en mente otra cosa distinta.
―
¡Vaya rollo repollo!― gritó Oscar―. Eso no vale, ¿qué hacemos tres tíos juntos
en una tienda?
―Pues…
¿contar ovejitas?― contestó Laura muy segura y esbozando una pícara sonrisa.
―
Susanita, me darás aunque sea un besito de buenas noches, ¿no?― dijo descarado
Pablo.
―
¡Anda ya!― gritó a la vez que le lanzaba un cojín a la cara. Todos se rieron.
La
tarde cayó deprisa y los seis adolescentes comenzaron a sentir hambre, sus
tripas rugían desaforadas como si nunca antes hubiesen comido. Montar el
campamento les llevó bastante rato.
― ¿Qué
haces?― preguntó Susana a Pablo que se disponía a encender una hoguera.
― No
lo ves ― contestó con tirantez―, una preciosa fogata.
―Pablo,
no creo que eso sea una buena idea ― dedujo Laura―. Sabes que eso está
prohibido.
―He
traído unos choricillos del pueblo de mi abuela que son una bendición, están de
muerte a la candela― explicó elocuente mientras la boca se le hacía agua.
―Laura
tiene razón ― dijo Michael dispuesto a no permitirlo―. Sabes que pueden
multarnos por ello.
Pablo
se detuvo frente a ellos con pose de chulería y los encaró sin ningún temor. Al
parecer le daba igual lo que los demás pensasen.
―He
venido a pasármelo bien y eso incluye a los chorizos de mi abuela, ¿okey?
Pablo
era obstinado y un cabeza dura. Estaba dispuesto a saltarse la norma y a hacer
caso omiso de las advertencias de sus colegas.
―Pongáis
como os pongáis, pienso comerme los chorizos a la leña.
En el
centro del campamento dispuso todo para llevar a cabo su cometido culinario.
Cuando hubo recogido algo de leña y tuvo cerca los chorizos, comenzó con el
ritual conveniente. Tuvo varios intentos fallidos. El fuego parecía no querer
hacer acto de presencia, ahogándose varias veces. Pablo empezó a mosquearse,
pensando que iba a ser más fácil. Al cabo de cierto tiempo y después de
maldecid varias veces a la madre del cordero, por fin, consiguió oír el
crepitar de la leña. Frotó las manos en señal de victoria y contento por la
proeza, miró de reojillo a sus amigos que no habían dejado de observarlo en
todo momento. Estaban incrédulos y algo enfadados.
―Mirad
que preciosidad― dijo con orgullo―. ¿Oís su música? Es una delicia.
Después
de fanfarronear unos instantes, se acercó hasta la mochila para coger algunas
cosas y una extraña brisa sopló, y ahogo el fuego. Todos la habían visto y
sentido, menos él. Al volverse de cara al fuego se le cayeron los platos de
plástico y unos tenedores, de la misma emoción.
― ¿Qué
habéis hecho?
―
¿Nosotros?― dijeron unánimes.
―Lo
habéis apagado a posta…
― ¡Qué
dices tío!― exclamó Oscar ofendido.
―Solo
no se ha podido apagar― insistió―. La tenéis tomada conmigo.
―De
verdad Pablo, que no hemos hecho nada― explicó Michael―. Ha sido el aire
repentino.
―Y…
¿cómo es qué yo no lo he sentido?― preguntó muy enfadado―. Me estáis cabreando
¿lo sabéis?
De un
muy mal humor, se apresuró y acercó hasta lo que había sido minutos antes una
buena fogata. Por pantalones, había decidido que antes de dormir se comería los
chorizos del pueblo.
Volvió
al comienzo. Removió los palos con pretensión de encenderla, añadiendo más
hojas secas y varillas finas. Con tranquilidad y desparpajo, acercó la llama de
un mechero a un trocito de tela empapado en alcohol y la introdujo con cuidado
entre los leños. Observó, vigiló su entorno y cuidó de que ardiera despacio,
pero sin pausa y acierto. Sintió que su proeza era todo un éxito, ya que pareció
arder todo de nuevo. Sonrió pícaro y frotó sus manos con desdén. La peña lo
miraba asombrados mientras disfrutaban de unos bocatas de tortilla de patatas.
Confiado,
pretendía preparar las varillas o palos para pinchar los chorizos, cuando de
nuevo una brisa fresca irrumpió su felicidad. Apareció una especie de remolino
que rodeó el fuego, dejándolo “cao”. Todos eran sumisos espectadores, que se
reían sin poderse controlar, menos Pablo; claro.
―Pero…
¿qué brujería es esta?― dijo indignado.
― ¿Te
diste cuenta de cómo nosotros no tuvimos nada que ver?― reclamó Oscar.
―A lo
mejor el espíritu del bosque está enfadado contigo― bromeó Michael.
―Si
claro― dijo―. Tú y tus paranoias fantásticas.
Pablo
hizo un gesto apresurado que puso de manifiesto su cabezonería y majadería.
― ¿No
estarás pensando en intentarlo de nuevo?― interrogó Laura incrédula.
― ¿Qué
crees?
El
joven estaba dispuesto a todo, incluso a vencer al misterioso espíritu del
bosque si existía.
Sus
diecisiete años junto a la intensa insistencia, provocaba una mezcla explosiva
a punto de hacer erupción, alcanzando a todo aquel que estuviese a su paso.
Sabía que estaba mal lo que hacía, pero era parte del capricho, un deseo que
tenía que satisfacer.
El
hambre estaba haciendo mella en su carácter y el gesto de su cara daba mucho de
qué hablar. Estaba decidido a luchar contra esa magia extraña y a conseguir su
propósito pesara a quien pesara. Los amigos sonreían a la vez que opinaban
entre murmullos sobre lo que estaba pasando. Sabían de antemano que la decisión
de Pablo ya estaba tomada, y pese a todo, la tarde se haría perpetua.
Los
minutos pasaban y el tiempo se hacía eterno viendo como Pablo sudaba, la “gota
gorda”. Hasta los bocadillos que se zamparon se les revolvieron en sus tripas.
La persistencia del compañero hacía que la leña comenzase a arder. Miraba a sus
colegas con cierta alegría de victoria. Sus ojos parecían encolerizados, mostrando
una pose como de poseído, como si se hubiese transformado en su yo más
perverso. El reflejo de la lumbre le daba aún un aspecto más tétrico y
espeluznante, rodeado de una sombra nocturna. Pablo estaba abstraído en una
sensación interna de orgulloso triunfo y poder: había vencido a la madre
naturaleza.
Sentado
frente al fuego con ese aire de prepotencia y chulería, esbozó una sonrisa
maquiavélica mientras con mirada desafiante retó a la brisa a que lo apagara de
nuevo, como sintiendo el poder en sus manos, como si eso fuese a intimidar a
esas fuerzas superiores y temiesen su valentía, retractándose así de un nuevo
intento de sabotaje.
Frotó
sus manos vencedor y rió satisfecho mientras todos los demás miraban
incrédulos. Tarareaba una canción y preparaba a su vez los avíos de su
suculenta cena. Todo estaba listo, o eso parecía. La alegría le duró muy poco.
Una
ventisca arremolinada nacida de la nada rodeó la fogata como si tuviese vida
propia, como si pensara, como si estuviese decidida a sofocarla
premeditadamente. Unos escasos minutos de incertidumbre, de extraña confusión
fueron suficientes para decir…¡¡Adiós fuego!!
Una
neblina grisácea quedó envolviéndolo todo. Pablo estaba indignado y ofuscado,
cansado del extraño jueguecito. Expulsó por su boca palabras ofensivas de puro
coraje, cagándose verbalmente en todo lo que se movía. Dio una fuerte patada
contra el suelo llegando a dar a los maderos requemados y apagados,
esparciéndolos por todas partes.
―
¡¿Qué es lo que ha pasado!?― gritó lanzando la pregunta al aire.
―No
tengo ni idea― respondió Oscar confuso.
―Tal
vez sea ese espíritu del bosque del que tanto habla Michael― expuso Pablo
irónico.
Se
oyeron risas apagadas entre susurros sin querer enfadar más a Pablo.
―Ahora…,
chorizo crudo ¿no Pablo?― soltó sin más y con desparpajo, Susana que no pudo
aguantarse.
Esa
expresión terminó por enfadar al joven. No le pareció oportuna la broma y
frunció el entrecejo de rabia y con ganas de contestarla de mala manera, pero
se abstrajo tirando los chorizos al suelo al tiempo que desapareció,
encerrándose en la tienda toda la noche hasta el día siguiente.
Una
tenebrosidad profunda envolvía en penumbras al bosque. El silencio de la noche
es festejada por sus inquilinos que parecían despertar y caminar entre sus
sombras. Había cierto desenfreno y motivación en el ambiente, y por alrededor
de las tiendas.
Cada
grupo creía ser el centro de atención del otro a sus posibles bromas. Había
cierta gana de juerga por parte de los equipos, no haciéndoles ninguna gracia
ese tipo de juego siniestro y nocturno. Las correrías de un lado a otro
alrededor de las tiendas, no les gustaba. Las caricias chirriantes con las uñas
en la tela, tampoco eran de buen gusto. Sentir la presencia de ciertos “payasos
o payasas” haciendo esas tonterías, incomodaba y daba repelos. Sobre todo si
gritaban mil veces para que dejasen de hacerlo y no lo hacían: daba mala leche
y más cuando intentaban dormir.
―¡¡Shsss!!
No te exaltes― comentó Laura a Susana que acababa de gritar de nuevo―. No
merece la pena que te irrites, son como críos. Seguro que fue idea de Pablo, ya
que se le pasó el enfado.
Todas
creían que era Pablo quien hacia todas esas tonterías típicas de Halloween.
Sospechaban de él, porque era quien llevaba la voz cantante en ese tipo de
cosas; él y sus siniestros juegos.
Veían
las sombras que no paraban de corretear intranquilas por alrededor de las
tiendas. Estefanía estaba algo nerviosa y casi a punto de perder los estribos.
Laura la detuvo y negó con la cabeza. Ella, asintió con su mirada y se
convenció de ello. De que era mejor dejarlos, hasta que se cansasen.
―¡¡IDIOTAS!!―
lanzó un cojín hacia la puerta cerrada, rebotando en la tela, mientras Susana
sonrió y compartió con sus amigas la misma sensación.
―No os
dais cuenta de lo inmaduros que son, tienen el celebro de un niño de cuatro
años― dedujo Laura, intentando acomodarse en el saco para dormir.
Por
otro lado…, los chicos.
― ¡Jó
tíos!― exclamó de pronto Oscar―. Las chicas están mal de veras. Son unas infantiles,
se están pasando esta noche. Son tan tontas que creen, nos vamos a creer que
nos van intimidar con sus juegos siniestros.
Los
jóvenes compartieron la misma idea y sonreían a la gracia de las chicas.
Entonces se pusieron de acuerdo para salir y sorprenderlas en pleno acto, y
reírse con ellas un rato. Cuando vieron el momento oportuno se acercaron con
sigilo a la cremallera de la puerta y la bajaron despacio, para no ser pillados
infraganti y con gracia, se asomaron a la vez al exterior.
―¡¡OS
PILLAMOS!! ¡Granujas!― gritaron al unísono.
Al
asomar sus rostros se llevaron la sorpresa de que no había nadie por allí.
―Son
rápidas las tías, ¿eh?― dedujo Oscar―. Ahora, mañana se van a enterar.
Compartieron
la misma idea de venganza, sonriendo pícaros, después, volvieron a entrar en la
tienda cerrando de nuevo.
―Anda
que…, el fresquillo que hace, hay que tener ganas de andar por ahí haciendo
payasadas― comentó Michael convencido de ello.
El sol
hacía entrada con ganas de calentar en un nuevo día. Pronto iban despertando y
se iban reuniendo alrededor del café, que calentaban al fuego del infiernillo
mientras su fiel aroma les rodeaba, haciéndoles disfrutar del momento.
―¡¡Qué!!
¿Os lo pasasteis bien anoche?― preguntó sarcástico Pablo mientras sonreía de soslayo.
― ¡Qué
gracioso el chaval!― se quejó Estefanía.
―Una
noche maravillosa, movidita, ¿no?― comentó Oscar con una pícara sonrisa
dibujada en su cara.
―Ahora
que lo dices… ¡no tuvo nada de gracia!― dijo algo alterada Susana.
―Sois
muy rápidas en desaparecer en el momento justo― dedujo Michael oportuno.
―Pero…
¿de qué leches habláis? ― interrogó Laura.
―De
que unas duendecillas traviesas se pasaron toda la noche incordiando como
niñas, asustando, bueno; haciendo el intento― afirmó Oscar.
Ellas
compartieron miradas de incredulidad por el tema, ya que estaban convencidas de
lo contrario. Sabían que no habían salido en toda la noche de la tienda.
―Estuvisteis
toda la noche jugando con nosotros― acusó Pablo.
―Pero…,
si erais vosotros quienes no dejabais de hacer tonterías para asustarnos―
insistió Laura.
―Chicas,
que no nos lo estamos inventando― repitió Oscar.
―¡¡Anda
ya!! Sois unos comediantes― reclamó Susana incrédula―. Excusas― añadió.
Ninguno
de los grupos daba su brazo a torcer y daba la razón a quien la tuviese. Cada
cual creía su verdad y pensaban que todo era parte del juego, y que bromeaban.
―Bueno,
dejemos las pamplinas y aprovechemos el día― sugirió acertado Michael.
―Busquemos
el arroyo y nos damos un chapuzón, hace una mañana esplendida― comentó Oscar.
Tomaron
un camino con las toallas al hombro y exploraron el entorno mientras
disfrutaban del ambiente: sereno y plácido.
Habían
andado bastante y comenzaron a sospechar que se habían perdido. Hacía calor y
querían llegar cuanto antes al arroyo para refrescarse.
―No
creo que nos hayamos perdido― pensó en alto Michael.
―A lo
mejor… es que aun está más lejos de lo que hemos andado― dedujo Oscar.
En ese
instante, Estefanía se dio cuenta de que bajo sus chanclas había un viejo
madero estropeado. Se inclinó, y al cogerlo comprobó, que era un viejo letrero.
―Mirad
chicos― lo mostró preocupada.
―Tiene
que estar cerca de aquí―supuso Pablo optimista.
El
calor apremiaba bastante, a pesar de que para la primavera faltaban unos días.
Por el mediterráneo suele pasar eso y más por el sur: en Andalucía.
A
pesar de todo, decidieron insistir en buscar el arroyo por los alrededores. Se
dividieron, pero sin alejarse mucho los unos de los otros. Pronto, se oyó la voz gritona de Oscar
diciendo haberlo encontrado. Todos acudieron para lanzarse al agua y sofocar el
calor tan asfixiante. Estaba fresca y clara, podía verse los pececillos huir al
sentirles tan cerca. Disfrutaron del instante olvidando por completo el sofocón
de antes.
―
¿Michael?― dijo de pronto Laura.
Los
demás no se habían dado cuenta de que faltaba uno de ellos.
―Chicos…
― se dirigió a sus amigos preocupada―, ¿dónde está Michael?
Estaban
sorprendidos. No entendían como se había podido perder si iba detrás de Laura.
―¡¡MICHAEL!!―
gritó Oscar.
―
¡Déjate de jueguecitos!― reclamó Pablo― ¡Sal ya hombre!
―
¿Dónde se metió este chico?― preguntó Susana incrédula.
Salieron
del agua acalorados por la preocupante situación, y comenzaron a gritar su
nombre sin recibir respuesta.
―No lo
entiendo― dijo Laura confusa―. Venía tras de mí.
―
¿Habrá vuelto al campamento?― supuso Pablo como alternativa.
―No
creo que lo haga sin antes avisar― dijo muy seguro de lo que decía, Oscar.
Por
otro lado… Michael andaba algo confundido y desorientado. Miraba a su alrededor,
y se sentía perdido.
―
¡Basta ya!― exclamó al viento―. Dejaros
de jugar al escondite, chicos. No tiene gracia.
Nadie
respondía a sus palabras y a su reclamo. Estaba solo y rodeado de un silencio
extraño, solo hablaban los pájaros y no entendía lo que decían.
No
comprendía nada, de cómo pudo haberle ocurrido. La posibilidad de haberse
perdido rondaba en su cabeza aun sabiendo que iba detrás de Laura. Solo
recordaba haber desviado la mirada tan solo un instante al oír un ruido tras de
sí, después de eso, nada más ― ¿Dónde
fueron todos? ―pensó.
Parecía
caminar en círculos y no dejaba de llamar a sus amigos por sus nombres para ver
si le respondían, pero no servía de nada.
El
tiempo parecía eterno y el cansancio se apoderaba de sus piernas. Todo a su
alrededor le era igual, los mismos árboles, los mismos arbustos... La visión de
sus ojos comenzó a parecer cansada y surgió el pánico.
De
improviso, vio de pronto un pequeño caminillo. La interminable profundidad le
hacía dudar en encontrar alguien que lo guiara y socorriera ― Si al menos encontrara al guardabosque o algún
campista que pueda ayudarme… ― pensó en voz baja.
No
paraba de darle vueltas a la cabeza mientras caminaba por ese sendero, no
comprendía cómo pudo haberse despistado de esa manera, como si se tratase de un
niño chico. Estaba ofuscado por la situación y se avergonzaba de ello ― Qué pensarán los demás de esto ― pensó
de nuevo en voz alta.
Caminaba
y caminaba por ese desconocido lugar, y que a sus ojos todo le parecía igual.
Cada árbol y cada arbusto se repetían a su paso. Era como si se alejara más del
punto de partida. Un punto que ya era lejano en su memoria, porque no sabía
cómo regresar. Detuvo el paso por un instante y dio una vuelta sobre sí mismo,
observando a su rededor. Por un momento sintió flaquear sus fuerzas y hasta
creyó marearse, se tambaleó.
―Tranquilo…―se dijo a sí mismo― pronto habrá pasado todo.
Giró
la cabeza hacia el estrecho caminillo y lo observó con determinación. Su única
esperanza era seguir caminando por él sin decaer en la desesperación. Reanudó
el paso cansado y puso ilusión en encontrar a alguien que lo ayudase a regresar
con sus amigos.
El día
pasaba y no había bebido nada de agua desde el café del desayuno. La boca la
tenía seca y comenzó a sentir algo de frío.
Oyó
los susurros del aire al andar y percibió movimientos entre los matorrales de
las veredas. Creía que alguien lo espiaba, como si le observasen a distancia.
Se le pasó por mente que no estaba solo en ese lugar. Quizás, podía ser que la
vida latente del bosque le hiciera imaginar cosas absurdas. La falta de agua en
su cuerpo y el cansancio junto al miedo, ayudaban a creer en cosas que no eran.
Era un bosque y eso era normal, más para una imaginación como la suya.
El
camino empezó de pronto a ensancharse a su paso. Un hermoso lugar apareció ante
su mirada perpleja. Árboles centenarios dibujaban el entorno entre raíces
aéreas retorcidas sobre la tierra, como grandes y fuertes manos se agarraban,
pellizcándola con ganas de vivir. Un viejo roble presidía el consorcio
imponiéndose con su belleza ante los demás, como si fuese un emperador. Una
casita nacía de entre toda esa masa de bellas insinuaciones naturales. Una
espectacular y mágica visión deleitaba los sentidos de Michael, estaba absorto
con el increíble encuentro.
Impresionado,
se acercó hasta el lugar. Frente a la puerta de la confusa casa miró alrededor
por si veía a alguien. No podía creerlo. Todo parecía tan grande y gigantesco.
Las ramas de los árboles quedaban muy arriba entremezcladas, y la luz del sol
casi no podía verse. Las raíces, eran grandes escalones sobre la tierra,
juntándose unas con otras y formando un paisaje abstracto.
Cautivado
en sus pensamientos casi se olvidó por un instante de que estaba perdido. El
graznido de un ave lo despertó de esa dulce ensoñación. El paisaje lo tenía
hipnotizado, sintiendo creer estar en un lugar de cuento.
―
¡VAYA!―exclamó― ¿Dónde estaré?
Buscó
con la vista el camino que le llevó a ese insólito lugar. Todo lo percibía
lejano y extraño, como si de pronto sintiese que jamás hubiese venido por él.
Estaba confuso, y no tenía idea de cómo iba a salir de esa situación. La tarde
parecía caer, y en la profundidad del bosque ya aparecía la noche, se respiraba
una sobriedad inquietante y tenebrosa. Una brisa repentina hizo, le diera
escalofríos, entonces se frotó los brazos desnudos mirando hacia la casa,
decidiendo acercarse más hasta la puerta― Quizás
si entro… ― pensó.
Justo
antes de alcanzar y rozar la vieja madera desgastada con la punta de sus dedos,
algo le hizo estremecer de pronto ― ¡DIOS MIO!― exclamó― Acababa de ver a un
hombre. Un señor poco común por su apariencia. Presentaba, una larga barba
color ceniza y a juego con su pelo largo, recogido en una cola floja en un
cordel de esparto, que caía por su espalda. Vestía con una túnica color del
bosque envuelto en una especie de capa con capucha, llevaba sandalias de
pescador y un cayado hecho con una rama de roble ― ¿Estoy soñando? O…, este viejo es fans de Tolkien ― dedujo nada más verlo.
El
viejo estaba frente a él y ni se inmutó. Lo miraba fijamente y parecía por la
expresión de su cara que le fastidiaba su presencia. Lo observaba fríamente con
expresión seca y ruda.
―Perdone
señor― dijo el joven―. Me perdí y no sé
cómo llegué hasta este lugar.
El
anciano estaba impasible y no parecía tener ganas de conversación.
De
pronto, el hombre dirigió sus pasos hasta la puerta de la casa y la abrió,
penetrando y perdiéndose en una oscuridad confusa.
―
¡Vaya tío más raro!― murmuró entre dientes.
Por un
instante se quedó paralizado esperando algo, una respuesta o reacción por parte
de ese hombre― Quizás el pobre no
entendió lo que le dije. Será de fuera y no sabe mi idioma―dedujo. Al cabo
de escasos minutos apareció de nuevo ante su mirada sorprendida y tímida.
―Entra―
dijo. Michael frunció el ceño algo confuso, y encontrándose en la situación en
la que estaba aceptó la invitación, tenía sed y frió.
Cuando
fue entrando en la casa sintió una confusa oscuridad que lo envolvía, pero una
vez dentro se hizo la luz hogareña. Todo se volvió claridad en un ambiente
apacible y cálido. Como salido de lo habitual observó una oscuridad repentina
en el exterior, como si hubiese anochecido de pronto, aunque aun podía oírse el
cántico de algunos pájaros y podía ver un ligero rayito de sol colarse por un
pequeño ventanuco; algo incomprensible.
Una
mesa circular de madera con dos banquetas a juego, presidía en el centro de la
pequeña casita. Había una reducida cocina de leña y un catre viejo cubierto con
una desgastada manta. Al fondo y detrás del catre, parecía haber una hermosa
puerta de madera tallada. Resplandecía llamativa e insinuante. Los detalles
labrados eran hojas dentadas de roble, formando un hermoso panel decorativo,
hecho con muy buen gusto y con un buen trabajo de ebanistería.
A
Michael le llamo mucho la atención y supuso que una puerta así, solo podía
guardar cosas de mucho valor y quizás interesantes. También pensó que no era lugar
adecuado para una puerta tan espectacular; todo lo demás era viejo y degastado.
―Siéntate,
siéntete como en tu casa― oyó decir de boca del viejo despertándolo de una
ensoñación pasajera ―. Así que te perdiste y no sabes cómo volver con tus
amigos― añadió.
―Sí,
sí señor. Yo estaba con ellos buscando el arroyo cuando sin querer me despisté
y me perdí. Anduve largo rato y llegué hasta éste lugar.
―No se
pierde mucha gente últimamente, hace tiempo que no veo a nadie― comentó
mientras ponía a calentar una tetera―. ¿Te apetece un té?― preguntó mirándolo
con cierta mirada que inquietaba.
―Bu bu
bu bueno, tal vez me siente bien― contestó muy nervioso.
El
viejo esbozó una leve sonrisa que hizo le cambiara la cara por completo. Su
rostro rejuveneció con la nueva expresión. De pronto le hizo sentir más
confianza y tranquilidad. La desenvoltura del anciano y su nueva manera de
mirarlo, lo sosegó. Comenzó a conversar con él. Y de ser un extraño,
repentinamente, paso a ser como un viejo pariente con el que mantenía una
amigable conversación.
―
¿Porqué vive aquí solo?― preguntó con curiosidad.
―Solo,
lo que se dice solo, no estoy― contestó muy escueto―. Me gusta la paz que el
bosque me da y me aterra la endiablada ciudad.
―No
tiene miedo. Digo, aquí viviendo solo, apartado de todos.
― ¿A
qué debería tener miedo?, según tú― le dijo mientras sirvió agua en dos
jarrillos―. ¿A los animales? ¿A las plantas?― lanzó preguntas al aire―. Aquí
gobierna la paz y la tranquilidad. Puedo convivir con sus habitantes, eso sí,
también tienen sus leyes que hay que cumplir.
Michael
oyó atento esas palabras mientras el viejo lo invitó a tomar una infusión. El
humeante vapor flotaba haciendo eses hacia arriba, como una insinuante
serpiente de humo blanco mientras aromatizaba el ambiente.
― ¡Hmm!
Huele bastante bien― declaró el joven al percibir los olores.
―Bébetela,
te sentara bien― admitió el hombre al sentarse frente a él.
―
¿Tiene usted familia en el mundo exterior?
―Digamos
que si, aunque creo que a veces se olvidan de que existo― frunció el entrecejo.
― ¿No
va nunca por la capital?― interrogó curioso, quería saber. Sintió una agradable
inquietud.
―A
veces, cuando quiero saber cómo les va y si se acuerdan de mí.
―
¿Tiene mucha familia?― insistió mientras tomaba sorbos de té.
―Bastante―
respondió conciso cuando se quedó pensativo.
―
¡Vaya! Creo que hago demasiadas preguntas, lo siento, soy un indiscreto.
El
anciano pareció despertar de su ensoñación y suspiró de pronto, clavaba su
mirada fija en los ojos del joven sin mover una sola arruga de la piel de su
rostro.
―Ahora
no estoy solo, ¿no? Tengo un nuevo amigo.
―Sí,
si claro, es cierto― contestó algo cohibido temblándole la voz. Su mirada le
inquietaba.
― ¿Te
gusta vivir en tu mundo?― preguntó y después pareció haberse terminado su té.
― ¡Claro!
Hay muchas cosas para hacer y divertirse.
― ¿Te
divierte vivir en un mundo cruel?― interrogó mostrando muecas de enojo―. En tu
mundo solo subsisten los poderosos y malviven los pobres.
Michael
tragó saliva de golpe y casi se atragantó con el líquido. Estaba incómodo con
la situación, la cosa parecía ponerse algo arduo.
―
¿Quieres un poco más de té?― le ofreció muy amable como si de pronto le
cambiara de nuevo el talante.
El
joven negó con la cabeza, estaba algo nervioso y solo quería irse de ese lugar.
―No
todo es tan malo como usted dice. Hay gente muy solidaria que se preocupa por
los demás.
El
viejo ermitaño sopló al té con cierta calma desesperante, después se sentó otra
vez frente a él.
―Hay
mucha hambre, guerras e hipocresía. No me gusta un mundo tan cruel y tan mal
compartido. No hay trabajo. Hay mucha delincuencia y drogas. Destinos cruzados,
caminos perdidos. Todo anda muy mal y nadie hace nada para remediarlo. Además,
vosotros la juventud andáis perdida sin rumbo. Solo pensáis en botellones y en
fastidiar al desfavorecido. ¿Qué os enseñan en la escuela? ¿Qué aprendéis de
los mayores? ¿Quién os enseña esa forma de vivir?
Michael
se había terminado la infusión y sentía las palabras atragantadas en la
garganta. Estaba algo confuso y perdido después del discursito del “viejo”.
Sentía que las cosas que dijo, la mayoría
eran ciertas, pero el resto…, podría ser desde su punto de vista.
―
¿Podría ayudarme a encontrar a mis amigos?
El
anciano sonrió de pronto y lo miró de forma entrañable.
―No
quiero que pienses que soy un viejo chiflado que no sabe lo que dice y hace.
―No.
No. Claro que no. Respeto su opinión y su manera de pensar. Nunca había
conocido a un verdadero ermitaño, porque… es lo que es ¿no?
El
hombre rompió a reír carcajadas mientras se oyó una repentina estampida de aves
al otro lado de la puerta sobre sus cabezas, que levantaron el vuelo al sentir
el tronío de su voz.
Michael
lo observaba impactado, pensaba que hasta podía haberle tomado el pelo.
Percibió una personalidad cambiante e inquietante.
―Puedes
venir a visitarme cuando quieras, me encantaría charlar de nuevo contigo. Como
ves, vivo solo sin compañía humana, de mi especie, me refiero― esbozó una
sonrisa marcando las arrugas de su rostro.
―Claro,
encantado, su compañía es interesante.
En un
ademán de conformidad se inclinó para levantarse, pero sintió su cuerpo pesado,
cayendo rendido sobre la silla y la mesa. El anciano se acercó y se colocó tras
él cubriéndolo con su silueta….
Los
amigos del joven, en intentos desesperados de búsqueda incansable, habían
regresado al campamento. La noche había caído y estaban algo perturbados por el
suceso.
―Los
móviles no funcionan…― comentó inquieta Laura.
―Hagamos
otro intento para buscarlo― sugirió Pablo.
Compartían
el mismo temor e ignorancia. No sabían qué había podido sucederle a Michael, y
gritaban su nombre desesperados a la luz de las linternas y lamparillas de gas.
Se
acurrucaron juntos como protegiéndose los unos a los otros, en silencio, y
compartiendo miradas de miedo e inquietud. Cobijando sus cuerpos en mantas para
resguardarse de la brisa fresca que se había levantado.
Amaneció
un día con sol radiante, y poco a poco fueron despertando al sentir el
calorcillo en sus cuerpos. Oscar parecía el más remolón y abrazado a un cojín,
murmuraba palabras inaudibles, después lo besaba tontarrón. Una patadita de
Pablo le hizo despertar, inclinándose desorientado.
―
¡Vamos!― le gritó― Tenemos que seguir buscando a Michael.
Oscar,
parecía un zombi despeinado que se frotaba los ojos, muy despistado y sin
parecer darse cuenta, de dónde estaba.
―Payaso…―
dijo Pablo incrédulo, lanzándole una almohada.
―Interrumpiste
algo muy especial― declaró tan relajado.
―Dejaros
de tonterías― intervino Laura mosqueada―. Debemos seguir buscando a Michael.
Oscar
pareció darse cuenta de repente, y cabizbajo se disculpó. Después reanudaron la
búsqueda sin desayunar siquiera.
―También
tendremos que recoger las cosas, deberíamos irnos― sugirió Susana.
―Sí,
pero hasta que no aparezca Michael no me muevo del bosque― contestó muy
determinante Laura.
Con
desesperado caminar hicieron el mismo recorrido del día anterior y lo llamaron
a voces limpias, mientras él seguía sin responder.
―Chicos…―
interrumpió Pablo―, creo que será mejor que uno de nosotros coja la moto y se
acerque hasta el cuartel de la guardia civil, ellos sabrán que hacer, es mucho
tiempo el que ha pasado solo en el bosque sin abrigo y sin nada de beber.
Detienen
el paso, compartiendo la misma sensación de angustia, intercambiando miradas de
complicidad y preocupación.
―Sí.
Pablo tiene razón― dedujo Susana―. Deberíamos hacer lo que él dice, de esta
forma aseguraremos que mas nadie se pierda, no sabemos qué camino tomo y este
lugar cada vez parece más siniestro.
El
terreno era repetitivo y muy parecido, era como si al andar lo hicieran en
círculos. El calor empezaba a hacer mella en sus cuerpos y comenzaban a
quejarse de agotamiento, además no habían probado bocado desde que despertaron.
Por unanimidad
decidieron descansar y buscaron la sombra de los árboles. Se tiraron al suelo
para tomar aire y poder relajar las piernas, pero… el relax duró poco, ya que
el ambiente del bosque estaba algo intranquilo. Oyeron como se movía algo entre
los matorrales, pero no vieron de salir nada.
―Creo
que después de esta aventura se me van a quitar las ganas de volver por aquí―
comentó muy decidida Susana.
Con
cierta cautela observaron a su alrededor, ya algo escamados por el trajín que
el bosque se traía.
― ¡Vaya!―
exclamó Oscar―. Los bichos se han
levantado con ánimo.
Y en
una espontánea aparición, en ese mismo momento, apareció de la nada Michael,
frotándose los ojos algo aturdido y desorientado. Veía borroso, como
distorsionado. Los amigos alucinaban cuando lo vieron llegar de esa manera.
Todos se lanzaron hacia él saciados de preguntas y reclamaciones. Michael los
oía claramente, sintiéndose muy agobiado al sentirlos sobre él.
― ¿Qué
hacen aquí?― preguntó confuso mientras la visión le volvía.
―
¿Dónde te metiste? ¿Dónde estuviste toda la noche? ¿Qué te ocurrió?
―
¿Dónde estamos?― preguntó él.
―En
algún lugar del bosque, salimos a buscarte en cuanto amaneció― explicó Laura
muy afectada.
―Estoy
bien, ¿no me ven?
―Anda
que…― comentó Pablo―, nos tuviste en un hilo de desesperación, y tu estas tan
tranquilo que cualquiera diría que no estuviste perdido toda la noche por ahí
en la oscuridad del bosque.
―Me
pasó algo extrañísimo.
―Vamos,
será mejor que regresemos al campamento y recojamos las cosas― sugirió Laura.
Regresaron,
comieron algo y comenzaron con la recogida de todo, deseaban salir cuanto antes
de ese lugar.
Michael
estuvo todo el rato relatando la gran aventura que había vivido al conocer al ermitaño,
cosa que no creyeron. Pensaron que todo era parte de la alucinación provocada
por el entorno y el frío que quizás había pasado. Oírlo daba la sensación de
que disfrutaba con ello, que no lamentaba haberse perdido. Le había afectado en
la cabeza y se creía su fantasía. Siempre había sido muy imaginativo y solía
creer en cosas que normalmente la gente normal no creería, a excepción de los
niños pequeños que aun suelen creer en ciertas cosas.
―Veo
que hablo y siento vuestro rechazo, no creéis lo que os digo.
Laura
lo miró de cierta manera mientras recogía sus cosas. Permanecía incrédula, y
hasta parecía sentir lástima por él.
―Tu
tampoco me crees, ¿verdad? Entiendo, piensas que deliro o algo así.
―Michael,
no puedes convencerte de algo novelesco. Seguro que tuviste fiebre y montaste
la película en tu cabeza. Es como si acabases de ver uno de esos programas que
tanto te gusta, como… Cuarto milenio, por ejemplo.
―Está
bien, dejémoslo así tal cual― comentó defraudado.
―Nos
vamos, regresamos a casa y atrás se queda esta pesadilla, será solo un mal
recuerdo― dijo ella sonriéndole muy cariñosamente―. Me tuviste muy preocupada,
sentí una especie de pinchazo aquí dentro…― se tocó en el pecho en la parte del
corazón―, creí que te iba a perder.
― ¿De
verdad?― preguntó incrédulo―. Te preocupaste por mi ― sonrió feliz―, eso significa
que me quieres un poquito…― gesticuló con las manos mostrando ese poco de amor.
Laura
se acercó despacio sin quitarle los ojos de vista y cuando estuvo frente a él,
le obsequió con un beso apasionado en la boca. Michael se dejó llevar y
respondió a ese mismo gesto.
Habían
pasado varias semanas desde lo ocurrido en el bosque. Michael desde entonces no
era el mismo, aunque intentaba disimularlo para que no le preguntasen. Nadie
quería creerle, dejando el tema zanjado ante sus compañeros y Laura, que desde
ese día era su pareja.
Estaba
ante el ordenador y miraba fijamente la pantalla encendida, parecía abstraído y
por un leve instante de tiempo pudo ver claramente el rostro del viejo del
bosque que lo miraba acusador, como culpable de las cosas malas del mundo.
Sí, puede que tengas razón en
algunas cosas. Somos malos y lo que hacemos es, destruirnos y destruir todo lo
que hay en nuestro alrededor. La humanidad es un asco― declaró.