miércoles, 18 de enero de 2017

RELATOS A MEDIANOCHE Y OTROS MICRORRELATOS...

PRÓLOGO

Relatos a medianoche, es una recopilación de relatos y microrrelatos, escritos independientemente y reunidos para este libro. Algunos de ellos los escribí expresamente para participar en concursos literarios.
Todos estos textos tienen un aura de intriga, con toques inquietantes.
Una lectura sencilla y escalofriante, donde el lector se verá envuelto en un clima, con efecto sobrenatural.
Algunos te harán pensar, otros… no sé…






Marcial, como cada día pone la radio: RNE. Le gusta oír un programa muy especial y entretenido, a pesar de que no es ávido en creer en ese tipo de cosas de  las que hablan. Es un programa presentado por Luis G. Chapinal y que emiten todos los sábados a las 23:00 horas, justo en esa noche que le toca hacer su ronda con el taxi por la ciudad. A él le distrae ese tipo de cosas, aunque extrañas y raras, más bien paranormales. Nunca ha creído en fantasmas, ni vampiros, ni hombres lobo, pero… le gusta oírlas. Podría decirse que es algo “masoquista” aunque no sufra con ello, eso sí, a veces le da cierto resquemor o escalofríos y más cuando es de noche y la calle está completamente sola.
Casi al final de la jornada, recogió a una señora aparentemente mayor, de unos casi sesenta años. Llevaba una maleta grande de carrito y le esperaba a la puerta de un portal.
― ¿Dónde la llevo? Señora…― le dijo al tiempo que tiró de la pesada maleta para acercarla al auto―. ¡Vaya! ¡Cómo pesa!― se quejó al casi no poder levantarla para meterla en el maletero.
La mujer parecía muy seca y agria de carácter, además de no tener muchas palabras de conversación, solo le contestó lo justo y fríamente…
―A la estación de RENFE, por favor.
El taxista conectó el taxímetro y dirigió su auto por la silenciosa ciudad, apenas había tráfico en ese instante y solo les acompañó la voz del locutor de radio y las intrigantes melodías musicales que se proyectaron a través del canal.
Marcial, en un rápido vistazo por el retrovisor central, se percató de un confuso detalle que le hizo estremecer del pánico. Justo, la radio emitía una música muy envolvente y casual, la sinfonía nº 5 en do menor de Beethoven, cuando comprobó que había un nuevo pasajero al lado de la mujer. Su mirada perpleja no salía del asombro y estaba tentado por una afanosa curiosidad por saber cómo y cuándo se había subido al taxi, que no lo había visto.
― ¡Disculpe!― reclamó― ¿Cuándo se subió que no lo vi?― preguntó.
― ¿Cómo dice?― respondió ella con cara de extrañeza―. No se acuerda… hace un ratito― añadió desconcertada.
―No… Usted no, eso ya lo sé…― confesó― ¡Él!― le indicó con un gesto de hombros, ya que no podía mirarle directamente al ir conduciendo―. El señor que va a su lado…― le comunicó.
La mujer no salía de su asombro y pensó de pronto que el chofer se había vuelto majara, ya que ella accedió al taxi, sola.
―Usted… está mal o ¿qué?― le instó sugiriéndoselo muy confundida por su comportamiento.
Marcial creyó volverse tonto y no entendía por qué la mujer le decía esas cosas. La sinfonía de Beethoven le envolvió los sentidos hasta tal punto que tuvo que bajar el volumen y secarse el sudor de la frente, ya que con los nervios de esa extraña sensación, le manó un incomodo líquido de la piel.
― ¿Por qué permanece callado y no me contesta?― preguntó insistente― ¿Cuándo se subió?― añadió, mirándolo desde su postura a través del retrovisor central.
La señora estaba incomoda y pasando un mal rato con el conductor que le había tocado, pensando que quizás era un señor muy trastornado. Solo quería llegar cuanto antes a la estación y perderle de vista.
De fondo en un mínimo volumen desde la radio se oyó la voz del locutor cuando el auto se detuvo por fin ante la estación del tren. La mujer se bajó rápida y angustiada, pero no sin antes pagar al taxista.
― ¿Pagarán a medias el viaje?― le preguntó él.
― ¿Cuánto es?― le dijo alterada y mostrando preocupación. El taxista le dijo la cantidad exacta y ella le pagó sin dilación.
Al sacar Marcial la maleta, de pronto le dio la sensación de que pesaba menos, pero no le dio importancia y regresó al coche. Al entrar en el habitáculo se dio cuenta de que ese pasajero extraño seguía ahí. Mirándole con la mirada lejana, penetrante y melancólica, más triste, como dolido o sufrido, con un tono de piel clara y azulada. Al verle tan entristecido hasta sintió pena por él, pero sin comprender que hacía aun en su taxi.
De pronto se subió otro cliente que había llegado desde la estación y le pidió servicio hasta el centro. Marcial lo aceptó y le llevó, dándose cuenta de que ese señor no había visto al pasajero que iba sentado a su lado. Entonces, justo cuando de la radio sonaba la banda sonora de la película de Alfred Hitchcock: Psicosis, algo se le removió por dentro, que le hizo empalidecer del terror. Miró de reojillo a sus pasajeros, uno; ajeno a todo y el otro en su mundo siniestro del silencio.
Al llegar al destino de su cliente y éste marcharse, colocó el cartel de cerrado y se volvió para atrás para observar detenidamente su visión. El locutor expresaba unas palabras desde su programa, algo que inquietó el alma del oyente, mientras le escuchaba sintió su piel como se erizaba por el gran sentimiento de confusión que le profesaba.
“…Amigos… si alguna vez que estéis solos, sentís que os observan, que la piel se os eriza de un cierto e inquietante escalofríos sin saber por qué… si el silencio parece que os susurra y vuestros ojos ven algo que otros no pueden ver, sabiendo que de verdad lo estáis viendo… sabed que quizás estáis teniendo contacto con el más allá y os ha visitado un ente, quizás… para transmitiros un mensaje muy especial…



 Espero les haya gustado... Esto es solo una porción del pastel, ya que el libro tiene más relatos al estilo de este.

¡Feliz lectura!

RELATOS A MEDIANOCHE Y OTROS MICRORRELATOS

Libro envuelto de un aura sobrenatural, donde las historias podrán hacerte sentir repelús, si tienes miedo a los fantasmas o apariciones.
Este libro lo puedes adquirir en kindle Amazon y en papel en Createspace.




Arriba, versión Kindle y abajo, versión papel



Lo más posible que próximamente les haga también portadas nuevas para renovar un poco.
En este blog podrán leer también algún fragmento del mismo.

EL SECRETO DEL ERMITAÑO

PRÓLOGO

Todos necesitamos tener fe en algo, o en alguien. Cada uno de nosotros ya sea de la religión que sea, necesita apoyar esa intensa esperanza en un algo protector, llevar consigo un amuleto que nos proteja; nos guíe en esta vida tan peculiar. Todos los errores que cometemos en el día a día y que dejamos pasar como si no tuvieran importancia, parece que después se nos cobra. Dejándonos en el alma una especie de ambigua sensación de soledad y de abandono. Como si ese alguien al que rezamos, pedimos; nos dejara de lado, nos olvidara.
Dejamos que la sociedad que hemos creado y que envuelve a la humanidad con todas sus ilusiones y efímeros sueños, nos absorba sin compasión. La nueva generación escogerá su camino, sus retos, aunque en un traspié de ese trayecto se equivoque y sin explicación crean o sientan su destino confundido. Hay veces en las que estamos pendientes de esa prole nueva, dándoles guía, y consejos. Una especie de indicación para que caminen sobre seguro. Aún así, la pata se mete. No somos adivinos y todo lo que nos rodea es una especie de pantalla, un reflejo de realidades perdidas, de falsas ilusiones, de caminos truncados que nos hacen dudar y, decidir desacertadamente. ¿Por qué no atinamos?
Creemos, nos convencemos que lo hacemos lo mejor posible. Aún así, la futura generación camina en un hilo de peligrosas adversidades. Entonces, despertamos de nuestra “ensoñación”. Y sentimos, que podemos corregir los fallos, pero nos damos cuenta de que es casi imposible. Todos estamos expuestos a una especie de sombra negativa que trastorna los sentimientos y parece que tiene decisión propia, y no nos deja actuar. Es entonces realmente, cuando percibimos que estamos perdidos y aclamamos, para que un milagro se haga y nos libere de esas garras del monstruo, que nos atrapó.
Esperamos que cierto “superhéroe” venido de la nada, nos ayude a salir de ese pozo sin fondo. Un héroe, que nunca se manifiesta. Todos los que aman, abrazan su fe y la sienten con fervor. Oran en sus lenguas, y suplican al cielo el perdón de sus pecados, del mundo. Deseosos que alguien les escuchen, y ocurra ese extraordinario milagro de la liberación.
Nunca sucede nada, no llega ese algo. ¿Acaso existe? O… es que estamos tan ciegos que no lo vemos. Seguimos pensando, que bajará del cielo y corregirá todo lo que hemos estropeado. En una palabra: comodidad. Que nos saquen las castañas del fuego; así no nos quemamos. No somos capaces de desentramar la madeja, resolver lo que hemos comenzado. Y… a quién echamos la culpa. Al mismo, al que no se ve.
Somos tan realmente pequeños, que entendemos no ser dueños de nuestras vidas. Y, aquel que mueve los hilos, y esté donde esté, es quien tiene la sartén por el mango. ¿Debemos delegar ese poder a esa energía misteriosa para que nos saque del aprieto?
La vida en este mundo, fue el mejor obsequio que se nos pudo regalar. Y nuestra obligación es: respetar esa decisión. Cuidar lo que tenemos, nuestro hogar y nuestra familia… Proteger, aconsejar, guiar y hacer lo que esté en nuestras manos; nada más.
“Yo, creo en Dios sobre todas las cosas. Pienso, que somos nosotros quienes les damos de lado y lo olvidamos; no él. Siento su presencia cuando lo necesito y su verdad dentro de mí”.

Todos los personajes de ésta historia son ficticios, aunque parezcan reales. No por eso deja de ser realidad. Está basada en los hechos que nos rodean, envolviéndola con una pizca de fantasía. Todos necesitamos pensar que alguien hará justicia, que los malos dejarán de serlo y que el bien reinará el mundo.







Había tenido una semana muy ajetreada, complicada con los exámenes y quería desconectar. Michael decidió junto a su peña el pasar el fin de semana en el bosque. Habían organizado con ímpetu esos días. Tenían un planning de todo lo que iban a hacer a la luz de la naturaleza. Pensaban en el aire puro que respirarían en un ambiente tan especial.

El día de la excursión…

Van a pie por un sendero llevando lo necesario para pasar dos noches entre árboles. Estaban súper felices y reían entre comentarios que hacían, mientras el paso se les hacía ameno y distraído. Un saludable ambiente les rodeaba amenizado con un sinfín de melodías y cantares que la brisa del aire les llevaba a sus sentidos. Todo eso hasta el momento era normal, apacible y relajado.
―Michael, este es el lugar perfecto― dijo Laura muy convencida.
Michael dio un vistazo a su alrededor en medio de un claro del bosque, sintiendo en sí una paz extrema que lo envolvía. Cerró los ojos y escuchó con el interior de sus sentidos, con el alma y entonces decidió.
―Sí, es perfecto.
―A que está… ¡guay!― comentó Oscar muy orgulloso.
Todos estaban de acuerdo con el sitio y decidieron montar el campamento. Percibieron que el lugar era ideal para descansar de unos días incansables de temarios y exámenes. Cada uno expresó lo que sentía y lo que quería capturar de esos momentos. Tenían un plan concebido de lo que era, pasárselo bien, lejos de la familia y en plena libertad.
―Deberíamos montar las tiendas, dejar el campamento listo si queremos dar un vistazo por ahí― dedujo Laura.
Michael se le acercó por detrás y la rodeó con sus brazos, estaba muy cariñoso y acaramelado.
―No pienses que hemos venido para enrollarnos― le dejó muy claro y perspicaz.
Todos se habían dado cuenta sobre el temita y habían sonreído gesticulando, murmurando algunas palabrejas que no habían dejado de ser otra cosa, que bromitas entre amigos.
Michael estaba pillado por Laura aunque ella no parecía tener otras intenciones que la de ser buenos amigos. Por ahora su intención era la de estudiar y sacar el curso adelante, terminar el bachiller. Estaban en un tonteo peligroso y muy particular, parecía que ninguno se decidía a fondo a demostrar lo que sentían realmente.
―Chicos… ―habló de pronto Estefanía―, nosotras dormiremos aquí y ustedes allá.
Estaba decidido que las chicas durmieran aparte. Eso, incordió al sexo opuesto, llevaban en mente otra cosa distinta.
― ¡Vaya rollo repollo!― gritó Oscar―. Eso no vale, ¿qué hacemos tres tíos juntos en una tienda?
―Pues… ¿contar ovejitas?― contestó Laura muy segura y esbozando una pícara sonrisa.
― Susanita, me darás aunque sea un besito de buenas noches, ¿no?― dijo descarado Pablo.
― ¡Anda ya!― gritó a la vez que le lanzaba un cojín a la cara. Todos se rieron.

La tarde cayó deprisa y los seis adolescentes comenzaron a sentir hambre, sus tripas rugían desaforadas como si nunca antes hubiesen comido. Montar el campamento les llevó bastante rato.
― ¿Qué haces?― preguntó Susana a Pablo que se disponía a encender una hoguera.
― No lo ves ― contestó con tirantez―, una preciosa fogata.
―Pablo, no creo que eso sea una buena idea ― dedujo Laura―. Sabes que eso está prohibido.
―He traído unos choricillos del pueblo de mi abuela que son una bendición, están de muerte a la candela― explicó elocuente mientras la boca se le hacía agua.
―Laura tiene razón ― dijo Michael dispuesto a no permitirlo―. Sabes que pueden multarnos por ello.
Pablo se detuvo frente a ellos con pose de chulería y los encaró sin ningún temor. Al parecer le daba igual lo que los demás pensasen.
―He venido a pasármelo bien y eso incluye a los chorizos de mi abuela, ¿okey?
Pablo era obstinado y un cabeza dura. Estaba dispuesto a saltarse la norma y a hacer caso omiso de las advertencias de sus colegas.
―Pongáis como os pongáis, pienso comerme los chorizos a la leña.
En el centro del campamento dispuso todo para llevar a cabo su cometido culinario. Cuando hubo recogido algo de leña y tuvo cerca los chorizos, comenzó con el ritual conveniente. Tuvo varios intentos fallidos. El fuego parecía no querer hacer acto de presencia, ahogándose varias veces. Pablo empezó a mosquearse, pensando que iba a ser más fácil. Al cabo de cierto tiempo y después de maldecid varias veces a la madre del cordero, por fin, consiguió oír el crepitar de la leña. Frotó las manos en señal de victoria y contento por la proeza, miró de reojillo a sus amigos que no habían dejado de observarlo en todo momento. Estaban incrédulos y algo enfadados.
―Mirad que preciosidad― dijo con orgullo―. ¿Oís su música? Es una delicia.
Después de fanfarronear unos instantes, se acercó hasta la mochila para coger algunas cosas y una extraña brisa sopló, y ahogo el fuego. Todos la habían visto y sentido, menos él. Al volverse de cara al fuego se le cayeron los platos de plástico y unos tenedores, de la misma emoción.
― ¿Qué habéis hecho?
― ¿Nosotros?― dijeron unánimes.
―Lo habéis apagado a posta…
― ¡Qué dices tío!― exclamó Oscar ofendido.
―Solo no se ha podido apagar― insistió―. La tenéis tomada conmigo.
―De verdad Pablo, que no hemos hecho nada― explicó Michael―. Ha sido el aire repentino.
―Y… ¿cómo es qué yo no lo he sentido?― preguntó muy enfadado―. Me estáis cabreando ¿lo sabéis?
De un muy mal humor, se apresuró y acercó hasta lo que había sido minutos antes una buena fogata. Por pantalones, había decidido que antes de dormir se comería los chorizos del pueblo.
Volvió al comienzo. Removió los palos con pretensión de encenderla, añadiendo más hojas secas y varillas finas. Con tranquilidad y desparpajo, acercó la llama de un mechero a un trocito de tela empapado en alcohol y la introdujo con cuidado entre los leños. Observó, vigiló su entorno y cuidó de que ardiera despacio, pero sin pausa y acierto. Sintió que su proeza era todo un éxito, ya que pareció arder todo de nuevo. Sonrió pícaro y frotó sus manos con desdén. La peña lo miraba asombrados mientras disfrutaban de unos bocatas de tortilla de patatas.
Confiado, pretendía preparar las varillas o palos para pinchar los chorizos, cuando de nuevo una brisa fresca irrumpió su felicidad. Apareció una especie de remolino que rodeó el fuego, dejándolo “cao”. Todos eran sumisos espectadores, que se reían sin poderse controlar, menos Pablo; claro.
―Pero… ¿qué brujería es esta?― dijo indignado.
― ¿Te diste cuenta de cómo nosotros no tuvimos nada que ver?― reclamó Oscar.
―A lo mejor el espíritu del bosque está enfadado contigo― bromeó Michael.
―Si claro― dijo―. Tú y tus paranoias fantásticas.
Pablo hizo un gesto apresurado que puso de manifiesto su cabezonería y majadería.
― ¿No estarás pensando en intentarlo de nuevo?― interrogó Laura incrédula.
― ¿Qué crees?
El joven estaba dispuesto a todo, incluso a vencer al misterioso espíritu del bosque si existía.
Sus diecisiete años junto a la intensa insistencia, provocaba una mezcla explosiva a punto de hacer erupción, alcanzando a todo aquel que estuviese a su paso. Sabía que estaba mal lo que hacía, pero era parte del capricho, un deseo que tenía que satisfacer.
El hambre estaba haciendo mella en su carácter y el gesto de su cara daba mucho de qué hablar. Estaba decidido a luchar contra esa magia extraña y a conseguir su propósito pesara a quien pesara. Los amigos sonreían a la vez que opinaban entre murmullos sobre lo que estaba pasando. Sabían de antemano que la decisión de Pablo ya estaba tomada, y pese a todo, la tarde se haría perpetua.
Los minutos pasaban y el tiempo se hacía eterno viendo como Pablo sudaba, la “gota gorda”. Hasta los bocadillos que se zamparon se les revolvieron en sus tripas. La persistencia del compañero hacía que la leña comenzase a arder. Miraba a sus colegas con cierta alegría de victoria. Sus ojos parecían encolerizados, mostrando una pose como de poseído, como si se hubiese transformado en su yo más perverso. El reflejo de la lumbre le daba aún un aspecto más tétrico y espeluznante, rodeado de una sombra nocturna. Pablo estaba abstraído en una sensación interna de orgulloso triunfo y poder: había vencido a la madre naturaleza.
Sentado frente al fuego con ese aire de prepotencia y chulería, esbozó una sonrisa maquiavélica mientras con mirada desafiante retó a la brisa a que lo apagara de nuevo, como sintiendo el poder en sus manos, como si eso fuese a intimidar a esas fuerzas superiores y temiesen su valentía, retractándose así de un nuevo intento de sabotaje.
Frotó sus manos vencedor y rió satisfecho mientras todos los demás miraban incrédulos. Tarareaba una canción y preparaba a su vez los avíos de su suculenta cena. Todo estaba listo, o eso parecía. La alegría le duró muy poco.
Una ventisca arremolinada nacida de la nada rodeó la fogata como si tuviese vida propia, como si pensara, como si estuviese decidida a sofocarla premeditadamente. Unos escasos minutos de incertidumbre, de extraña confusión fueron suficientes para decir…¡¡Adiós fuego!!
Una neblina grisácea quedó envolviéndolo todo. Pablo estaba indignado y ofuscado, cansado del extraño jueguecito. Expulsó por su boca palabras ofensivas de puro coraje, cagándose verbalmente en todo lo que se movía. Dio una fuerte patada contra el suelo llegando a dar a los maderos requemados y apagados, esparciéndolos por todas partes.
― ¡¿Qué es lo que ha pasado!?― gritó lanzando la pregunta al aire.
―No tengo ni idea― respondió Oscar confuso.
―Tal vez sea ese espíritu del bosque del que tanto habla Michael― expuso Pablo irónico.
Se oyeron risas apagadas entre susurros sin querer enfadar más a Pablo.
―Ahora…, chorizo crudo ¿no Pablo?― soltó sin más y con desparpajo, Susana que no pudo aguantarse.
Esa expresión terminó por enfadar al joven. No le pareció oportuna la broma y frunció el entrecejo de rabia y con ganas de contestarla de mala manera, pero se abstrajo tirando los chorizos al suelo al tiempo que desapareció, encerrándose en la tienda toda la noche hasta el día siguiente.

Una tenebrosidad profunda envolvía en penumbras al bosque. El silencio de la noche es festejada por sus inquilinos que parecían despertar y caminar entre sus sombras. Había cierto desenfreno y motivación en el ambiente, y por alrededor de las tiendas.
Cada grupo creía ser el centro de atención del otro a sus posibles bromas. Había cierta gana de juerga por parte de los equipos, no haciéndoles ninguna gracia ese tipo de juego siniestro y nocturno. Las correrías de un lado a otro alrededor de las tiendas, no les gustaba. Las caricias chirriantes con las uñas en la tela, tampoco eran de buen gusto. Sentir la presencia de ciertos “payasos o payasas” haciendo esas tonterías, incomodaba y daba repelos. Sobre todo si gritaban mil veces para que dejasen de hacerlo y no lo hacían: daba mala leche y más cuando intentaban dormir.
―¡¡Shsss!! No te exaltes― comentó Laura a Susana que acababa de gritar de nuevo―. No merece la pena que te irrites, son como críos. Seguro que fue idea de Pablo, ya que se le pasó el enfado.
Todas creían que era Pablo quien hacia todas esas tonterías típicas de Halloween. Sospechaban de él, porque era quien llevaba la voz cantante en ese tipo de cosas; él y sus siniestros juegos.
Veían las sombras que no paraban de corretear intranquilas por alrededor de las tiendas. Estefanía estaba algo nerviosa y casi a punto de perder los estribos. Laura la detuvo y negó con la cabeza. Ella, asintió con su mirada y se convenció de ello. De que era mejor dejarlos, hasta que se cansasen.
―¡¡IDIOTAS!!― lanzó un cojín hacia la puerta cerrada, rebotando en la tela, mientras Susana sonrió y compartió con sus amigas la misma sensación.
―No os dais cuenta de lo inmaduros que son, tienen el celebro de un niño de cuatro años― dedujo Laura, intentando acomodarse en el saco para dormir.
Por otro lado…, los chicos.
― ¡Jó tíos!― exclamó de pronto Oscar―. Las chicas están mal de veras. Son unas infantiles, se están pasando esta noche. Son tan tontas que creen, nos vamos a creer que nos van intimidar con sus juegos siniestros.
Los jóvenes compartieron la misma idea y sonreían a la gracia de las chicas. Entonces se pusieron de acuerdo para salir y sorprenderlas en pleno acto, y reírse con ellas un rato. Cuando vieron el momento oportuno se acercaron con sigilo a la cremallera de la puerta y la bajaron despacio, para no ser pillados infraganti y con gracia, se asomaron a la vez al exterior.
―¡¡OS PILLAMOS!! ¡Granujas!― gritaron al unísono.
Al asomar sus rostros se llevaron la sorpresa de que no había nadie por allí.
―Son rápidas las tías, ¿eh?― dedujo Oscar―. Ahora, mañana se van a enterar.
Compartieron la misma idea de venganza, sonriendo pícaros, después, volvieron a entrar en la tienda cerrando de nuevo.
―Anda que…, el fresquillo que hace, hay que tener ganas de andar por ahí haciendo payasadas― comentó Michael convencido de ello.

El sol hacía entrada con ganas de calentar en un nuevo día. Pronto iban despertando y se iban reuniendo alrededor del café, que calentaban al fuego del infiernillo mientras su fiel aroma les rodeaba, haciéndoles disfrutar del momento.
―¡¡Qué!! ¿Os lo pasasteis bien anoche?― preguntó sarcástico Pablo mientras sonreía de soslayo.
― ¡Qué gracioso el chaval!― se quejó Estefanía.
―Una noche maravillosa, movidita, ¿no?― comentó Oscar con una pícara sonrisa dibujada en su cara.
―Ahora que lo dices… ¡no tuvo nada de gracia!― dijo algo alterada Susana.
―Sois muy rápidas en desaparecer en el momento justo― dedujo Michael oportuno.
―Pero… ¿de qué leches habláis? ― interrogó Laura.
―De que unas duendecillas traviesas se pasaron toda la noche incordiando como niñas, asustando, bueno; haciendo el intento― afirmó Oscar.
Ellas compartieron miradas de incredulidad por el tema, ya que estaban convencidas de lo contrario. Sabían que no habían salido en toda la noche de la tienda.
―Estuvisteis toda la noche jugando con nosotros― acusó Pablo.
―Pero…, si erais vosotros quienes no dejabais de hacer tonterías para asustarnos― insistió Laura.
―Chicas, que no nos lo estamos inventando― repitió Oscar.
―¡¡Anda ya!! Sois unos comediantes― reclamó Susana incrédula―. Excusas― añadió.
Ninguno de los grupos daba su brazo a torcer y daba la razón a quien la tuviese. Cada cual creía su verdad y pensaban que todo era parte del juego, y que bromeaban.
―Bueno, dejemos las pamplinas y aprovechemos el día― sugirió acertado Michael.
―Busquemos el arroyo y nos damos un chapuzón, hace una mañana esplendida― comentó Oscar.
Tomaron un camino con las toallas al hombro y exploraron el entorno mientras disfrutaban del ambiente: sereno y plácido.
Habían andado bastante y comenzaron a sospechar que se habían perdido. Hacía calor y querían llegar cuanto antes al arroyo para refrescarse.
―No creo que nos hayamos perdido― pensó en alto Michael.
―A lo mejor… es que aun está más lejos de lo que hemos andado― dedujo Oscar.
En ese instante, Estefanía se dio cuenta de que bajo sus chanclas había un viejo madero estropeado. Se inclinó, y al cogerlo comprobó, que era un viejo letrero.
―Mirad chicos― lo mostró preocupada.
―Tiene que estar cerca de aquí―supuso Pablo optimista.
El calor apremiaba bastante, a pesar de que para la primavera faltaban unos días. Por el mediterráneo suele pasar eso y más por el sur: en Andalucía.
A pesar de todo, decidieron insistir en buscar el arroyo por los alrededores. Se dividieron, pero sin alejarse mucho los unos de los otros.  Pronto, se oyó la voz gritona de Oscar diciendo haberlo encontrado. Todos acudieron para lanzarse al agua y sofocar el calor tan asfixiante. Estaba fresca y clara, podía verse los pececillos huir al sentirles tan cerca. Disfrutaron del instante olvidando por completo el sofocón de antes.
― ¿Michael?― dijo de pronto Laura.
Los demás no se habían dado cuenta de que faltaba uno de ellos.
―Chicos… ― se dirigió a sus amigos preocupada―, ¿dónde está Michael?
Estaban sorprendidos. No entendían como se había podido perder si iba detrás de Laura.
―¡¡MICHAEL!!― gritó Oscar.
― ¡Déjate de jueguecitos!― reclamó Pablo― ¡Sal ya hombre!
― ¿Dónde se metió este chico?― preguntó Susana incrédula.
Salieron del agua acalorados por la preocupante situación, y comenzaron a gritar su nombre sin recibir respuesta.
―No lo entiendo― dijo Laura confusa―. Venía tras de mí.
― ¿Habrá vuelto al campamento?― supuso Pablo como alternativa.
―No creo que lo haga sin antes avisar― dijo muy seguro de lo que decía, Oscar.

Por otro lado… Michael andaba algo confundido y desorientado. Miraba a su alrededor, y se sentía perdido.
― ¡Basta ya!― exclamó al viento―.  Dejaros de jugar al escondite, chicos. No tiene gracia.
Nadie respondía a sus palabras y a su reclamo. Estaba solo y rodeado de un silencio extraño, solo hablaban los pájaros y no entendía lo que decían.
No comprendía nada, de cómo pudo haberle ocurrido. La posibilidad de haberse perdido rondaba en su cabeza aun sabiendo que iba detrás de Laura. Solo recordaba haber desviado la mirada tan solo un instante al oír un ruido tras de sí, después de eso, nada más ― ¿Dónde fueron todos? ―pensó.
Parecía caminar en círculos y no dejaba de llamar a sus amigos por sus nombres para ver si le respondían, pero no servía de nada.
El tiempo parecía eterno y el cansancio se apoderaba de sus piernas. Todo a su alrededor le era igual, los mismos árboles, los mismos arbustos... La visión de sus ojos comenzó a parecer cansada y surgió el pánico.
De improviso, vio de pronto un pequeño caminillo. La interminable profundidad le hacía dudar en encontrar alguien que lo guiara y socorriera ― Si al menos encontrara al guardabosque o algún campista que pueda ayudarme… ― pensó en voz baja.
No paraba de darle vueltas a la cabeza mientras caminaba por ese sendero, no comprendía cómo pudo haberse despistado de esa manera, como si se tratase de un niño chico. Estaba ofuscado por la situación y se avergonzaba de ello ― Qué pensarán los demás de esto ― pensó de nuevo en voz alta.
Caminaba y caminaba por ese desconocido lugar, y que a sus ojos todo le parecía igual. Cada árbol y cada arbusto se repetían a su paso. Era como si se alejara más del punto de partida. Un punto que ya era lejano en su memoria, porque no sabía cómo regresar. Detuvo el paso por un instante y dio una vuelta sobre sí mismo, observando a su rededor. Por un momento sintió flaquear sus fuerzas y hasta creyó marearse, se tambaleó.
Tranquilo…―se dijo a sí mismo― pronto habrá pasado todo.
Giró la cabeza hacia el estrecho caminillo y lo observó con determinación. Su única esperanza era seguir caminando por él sin decaer en la desesperación. Reanudó el paso cansado y puso ilusión en encontrar a alguien que lo ayudase a regresar con sus amigos.
El día pasaba y no había bebido nada de agua desde el café del desayuno. La boca la tenía seca y comenzó a sentir algo de frío.
Oyó los susurros del aire al andar y percibió movimientos entre los matorrales de las veredas. Creía que alguien lo espiaba, como si le observasen a distancia. Se le pasó por mente que no estaba solo en ese lugar. Quizás, podía ser que la vida latente del bosque le hiciera imaginar cosas absurdas. La falta de agua en su cuerpo y el cansancio junto al miedo, ayudaban a creer en cosas que no eran. Era un bosque y eso era normal, más para una imaginación como la suya.
El camino empezó de pronto a ensancharse a su paso. Un hermoso lugar apareció ante su mirada perpleja. Árboles centenarios dibujaban el entorno entre raíces aéreas retorcidas sobre la tierra, como grandes y fuertes manos se agarraban, pellizcándola con ganas de vivir. Un viejo roble presidía el consorcio imponiéndose con su belleza ante los demás, como si fuese un emperador. Una casita nacía de entre toda esa masa de bellas insinuaciones naturales. Una espectacular y mágica visión deleitaba los sentidos de Michael, estaba absorto con el increíble encuentro.
Impresionado, se acercó hasta el lugar. Frente a la puerta de la confusa casa miró alrededor por si veía a alguien. No podía creerlo. Todo parecía tan grande y gigantesco. Las ramas de los árboles quedaban muy arriba entremezcladas, y la luz del sol casi no podía verse. Las raíces, eran grandes escalones sobre la tierra, juntándose unas con otras y formando un paisaje abstracto.
Cautivado en sus pensamientos casi se olvidó por un instante de que estaba perdido. El graznido de un ave lo despertó de esa dulce ensoñación. El paisaje lo tenía hipnotizado, sintiendo creer estar en un lugar de cuento.
― ¡VAYA!―exclamó― ¿Dónde estaré?
Buscó con la vista el camino que le llevó a ese insólito lugar. Todo lo percibía lejano y extraño, como si de pronto sintiese que jamás hubiese venido por él. Estaba confuso, y no tenía idea de cómo iba a salir de esa situación. La tarde parecía caer, y en la profundidad del bosque ya aparecía la noche, se respiraba una sobriedad inquietante y tenebrosa. Una brisa repentina hizo, le diera escalofríos, entonces se frotó los brazos desnudos mirando hacia la casa, decidiendo acercarse más hasta la puerta― Quizás si entro… ― pensó.
Justo antes de alcanzar y rozar la vieja madera desgastada con la punta de sus dedos, algo le hizo estremecer de pronto ― ¡DIOS MIO!― exclamó― Acababa de ver a un hombre. Un señor poco común por su apariencia. Presentaba, una larga barba color ceniza y a juego con su pelo largo, recogido en una cola floja en un cordel de esparto, que caía por su espalda. Vestía con una túnica color del bosque envuelto en una especie de capa con capucha, llevaba sandalias de pescador y un cayado hecho con una rama de roble ― ¿Estoy soñando? O…, este viejo es fans de Tolkien ― dedujo nada más verlo.
El viejo estaba frente a él y ni se inmutó. Lo miraba fijamente y parecía por la expresión de su cara que le fastidiaba su presencia. Lo observaba fríamente con expresión seca y ruda.
―Perdone señor― dijo el joven―.  Me perdí y no sé cómo llegué hasta este lugar.
El anciano estaba impasible y no parecía tener ganas de conversación.
De pronto, el hombre dirigió sus pasos hasta la puerta de la casa y la abrió, penetrando y perdiéndose en una oscuridad confusa.
― ¡Vaya tío más raro!― murmuró entre dientes.
Por un instante se quedó paralizado esperando algo, una respuesta o reacción por parte de ese hombre― Quizás el pobre no entendió lo que le dije. Será de fuera y no sabe mi idioma―dedujo. Al cabo de escasos minutos apareció de nuevo ante su mirada sorprendida y tímida.
―Entra― dijo. Michael frunció el ceño algo confuso, y encontrándose en la situación en la que estaba aceptó la invitación, tenía sed y frió.
Cuando fue entrando en la casa sintió una confusa oscuridad que lo envolvía, pero una vez dentro se hizo la luz hogareña. Todo se volvió claridad en un ambiente apacible y cálido. Como salido de lo habitual observó una oscuridad repentina en el exterior, como si hubiese anochecido de pronto, aunque aun podía oírse el cántico de algunos pájaros y podía ver un ligero rayito de sol colarse por un pequeño ventanuco; algo incomprensible.
Una mesa circular de madera con dos banquetas a juego, presidía en el centro de la pequeña casita. Había una reducida cocina de leña y un catre viejo cubierto con una desgastada manta. Al fondo y detrás del catre, parecía haber una hermosa puerta de madera tallada. Resplandecía llamativa e insinuante. Los detalles labrados eran hojas dentadas de roble, formando un hermoso panel decorativo, hecho con muy buen gusto y con un buen trabajo de ebanistería.
A Michael le llamo mucho la atención y supuso que una puerta así, solo podía guardar cosas de mucho valor y quizás interesantes. También pensó que no era lugar adecuado para una puerta tan espectacular; todo lo demás era viejo y degastado.
―Siéntate, siéntete como en tu casa― oyó decir de boca del viejo despertándolo de una ensoñación pasajera ―. Así que te perdiste y no sabes cómo volver con tus amigos― añadió.
―Sí, sí señor. Yo estaba con ellos buscando el arroyo cuando sin querer me despisté y me perdí. Anduve largo rato y llegué hasta éste lugar.
―No se pierde mucha gente últimamente, hace tiempo que no veo a nadie― comentó mientras ponía a calentar una tetera―. ¿Te apetece un té?― preguntó mirándolo con cierta mirada que inquietaba.
―Bu bu bu bueno, tal vez me siente bien― contestó muy nervioso.
El viejo esbozó una leve sonrisa que hizo le cambiara la cara por completo. Su rostro rejuveneció con la nueva expresión. De pronto le hizo sentir más confianza y tranquilidad. La desenvoltura del anciano y su nueva manera de mirarlo, lo sosegó. Comenzó a conversar con él. Y de ser un extraño, repentinamente, paso a ser como un viejo pariente con el que mantenía una amigable conversación.
― ¿Porqué vive aquí solo?― preguntó con curiosidad.
―Solo, lo que se dice solo, no estoy― contestó muy escueto―. Me gusta la paz que el bosque me da y me aterra la endiablada ciudad.
―No tiene miedo. Digo, aquí viviendo solo, apartado de todos.
― ¿A qué debería tener miedo?, según tú― le dijo mientras sirvió agua en dos jarrillos―. ¿A los animales? ¿A las plantas?― lanzó preguntas al aire―. Aquí gobierna la paz y la tranquilidad. Puedo convivir con sus habitantes, eso sí, también tienen sus leyes que hay que cumplir.
Michael oyó atento esas palabras mientras el viejo lo invitó a tomar una infusión. El humeante vapor flotaba haciendo eses hacia arriba, como una insinuante serpiente de humo blanco mientras aromatizaba el ambiente.
― ¡Hmm! Huele bastante bien― declaró el joven al percibir los olores.
―Bébetela, te sentara bien― admitió el hombre al sentarse frente a él.
― ¿Tiene usted familia en el mundo exterior?
―Digamos que si, aunque creo que a veces se olvidan de que existo― frunció el entrecejo.
― ¿No va nunca por la capital?― interrogó curioso, quería saber. Sintió una agradable inquietud.
―A veces, cuando quiero saber cómo les va y si se acuerdan de mí.
― ¿Tiene mucha familia?― insistió mientras tomaba sorbos de té.
―Bastante― respondió conciso cuando se quedó pensativo.
― ¡Vaya! Creo que hago demasiadas preguntas, lo siento, soy un indiscreto.
El anciano pareció despertar de su ensoñación y suspiró de pronto, clavaba su mirada fija en los ojos del joven sin mover una sola arruga de la piel de su rostro.
―Ahora no estoy solo, ¿no? Tengo un nuevo amigo.
―Sí, si claro, es cierto― contestó algo cohibido temblándole la voz. Su mirada le inquietaba.
― ¿Te gusta vivir en tu mundo?― preguntó y después pareció haberse terminado su té.
― ¡Claro! Hay muchas cosas para hacer y divertirse.
― ¿Te divierte vivir en un mundo cruel?― interrogó mostrando muecas de enojo―. En tu mundo solo subsisten los poderosos y malviven los pobres.
Michael tragó saliva de golpe y casi se atragantó con el líquido. Estaba incómodo con la situación, la cosa parecía ponerse algo arduo.
― ¿Quieres un poco más de té?― le ofreció muy amable como si de pronto le cambiara de nuevo el talante.
El joven negó con la cabeza, estaba algo nervioso y solo quería irse de ese lugar.
―No todo es tan malo como usted dice. Hay gente muy solidaria que se preocupa por los demás.
El viejo ermitaño sopló al té con cierta calma desesperante, después se sentó otra vez frente a él.
―Hay mucha hambre, guerras e hipocresía. No me gusta un mundo tan cruel y tan mal compartido. No hay trabajo. Hay mucha delincuencia y drogas. Destinos cruzados, caminos perdidos. Todo anda muy mal y nadie hace nada para remediarlo. Además, vosotros la juventud andáis perdida sin rumbo. Solo pensáis en botellones y en fastidiar al desfavorecido. ¿Qué os enseñan en la escuela? ¿Qué aprendéis de los mayores? ¿Quién os enseña esa forma de vivir?
Michael se había terminado la infusión y sentía las palabras atragantadas en la garganta. Estaba algo confuso y perdido después del discursito del “viejo”. Sentía que las cosas que dijo, la mayoría  eran ciertas, pero el resto…, podría ser desde su punto de vista.
― ¿Podría ayudarme a encontrar a mis amigos?
El anciano sonrió de pronto y lo miró de forma entrañable.
―No quiero que pienses que soy un viejo chiflado que no sabe lo que dice y hace.
―No. No. Claro que no. Respeto su opinión y su manera de pensar. Nunca había conocido a un verdadero ermitaño, porque… es lo que es ¿no?
El hombre rompió a reír carcajadas mientras se oyó una repentina estampida de aves al otro lado de la puerta sobre sus cabezas, que levantaron el vuelo al sentir el tronío de su voz.
Michael lo observaba impactado, pensaba que hasta podía haberle tomado el pelo. Percibió una personalidad cambiante e inquietante.
―Puedes venir a visitarme cuando quieras, me encantaría charlar de nuevo contigo. Como ves, vivo solo sin compañía humana, de mi especie, me refiero― esbozó una sonrisa marcando las arrugas de su rostro.
―Claro, encantado, su compañía es interesante.
En un ademán de conformidad se inclinó para levantarse, pero sintió su cuerpo pesado, cayendo rendido sobre la silla y la mesa. El anciano se acercó y se colocó tras él cubriéndolo con su silueta….
Los amigos del joven, en intentos desesperados de búsqueda incansable, habían regresado al campamento. La noche había caído y estaban algo perturbados por el suceso.
―Los móviles no funcionan…― comentó inquieta Laura.
―Hagamos otro intento para buscarlo― sugirió Pablo.
Compartían el mismo temor e ignorancia. No sabían qué había podido sucederle a Michael, y gritaban su nombre desesperados a la luz de las linternas y lamparillas de gas.
Se acurrucaron juntos como protegiéndose los unos a los otros, en silencio, y compartiendo miradas de miedo e inquietud. Cobijando sus cuerpos en mantas para resguardarse de la brisa fresca que se había levantado.
Amaneció un día con sol radiante, y poco a poco fueron despertando al sentir el calorcillo en sus cuerpos. Oscar parecía el más remolón y abrazado a un cojín, murmuraba palabras inaudibles, después lo besaba tontarrón. Una patadita de Pablo le hizo despertar, inclinándose desorientado.
― ¡Vamos!― le gritó― Tenemos que seguir buscando a Michael.
Oscar, parecía un zombi despeinado que se frotaba los ojos, muy despistado y sin parecer darse cuenta, de dónde estaba.
―Payaso…― dijo Pablo incrédulo, lanzándole una almohada.
―Interrumpiste algo muy especial― declaró tan relajado.
―Dejaros de tonterías― intervino Laura mosqueada―. Debemos seguir buscando a Michael.
Oscar pareció darse cuenta de repente, y cabizbajo se disculpó. Después reanudaron la búsqueda sin desayunar siquiera.
―También tendremos que recoger las cosas, deberíamos irnos― sugirió Susana.
―Sí, pero hasta que no aparezca Michael no me muevo del bosque― contestó muy determinante Laura.
Con desesperado caminar hicieron el mismo recorrido del día anterior y lo llamaron a voces limpias, mientras él seguía sin responder.
―Chicos…― interrumpió Pablo―, creo que será mejor que uno de nosotros coja la moto y se acerque hasta el cuartel de la guardia civil, ellos sabrán que hacer, es mucho tiempo el que ha pasado solo en el bosque sin abrigo y sin nada de beber.
Detienen el paso, compartiendo la misma sensación de angustia, intercambiando miradas de complicidad y preocupación.
―Sí. Pablo tiene razón― dedujo Susana―. Deberíamos hacer lo que él dice, de esta forma aseguraremos que mas nadie se pierda, no sabemos qué camino tomo y este lugar cada vez parece más siniestro.
El terreno era repetitivo y muy parecido, era como si al andar lo hicieran en círculos. El calor empezaba a hacer mella en sus cuerpos y comenzaban a quejarse de agotamiento, además no habían probado bocado desde que despertaron.
Por unanimidad decidieron descansar y buscaron la sombra de los árboles. Se tiraron al suelo para tomar aire y poder relajar las piernas, pero… el relax duró poco, ya que el ambiente del bosque estaba algo intranquilo. Oyeron como se movía algo entre los matorrales, pero no vieron de salir nada.
―Creo que después de esta aventura se me van a quitar las ganas de volver por aquí― comentó muy decidida Susana.
Con cierta cautela observaron a su alrededor, ya algo escamados por el trajín que el bosque se traía.
― ¡Vaya!― exclamó Oscar―.  Los bichos se han levantado con ánimo.
Y en una espontánea aparición, en ese mismo momento, apareció de la nada Michael, frotándose los ojos algo aturdido y desorientado. Veía borroso, como distorsionado. Los amigos alucinaban cuando lo vieron llegar de esa manera. Todos se lanzaron hacia él saciados de preguntas y reclamaciones. Michael los oía claramente, sintiéndose muy agobiado al sentirlos sobre él.
― ¿Qué hacen aquí?― preguntó confuso mientras la visión le volvía.
― ¿Dónde te metiste? ¿Dónde estuviste toda la noche? ¿Qué te ocurrió?
― ¿Dónde estamos?― preguntó él.
―En algún lugar del bosque, salimos a buscarte en cuanto amaneció― explicó Laura muy afectada.
―Estoy bien, ¿no me ven?
―Anda que…― comentó Pablo―, nos tuviste en un hilo de desesperación, y tu estas tan tranquilo que cualquiera diría que no estuviste perdido toda la noche por ahí en la oscuridad del bosque.
―Me pasó algo extrañísimo.
―Vamos, será mejor que regresemos al campamento y recojamos las cosas― sugirió Laura.
Regresaron, comieron algo y comenzaron con la recogida de todo, deseaban salir cuanto antes de ese lugar.
Michael estuvo todo el rato relatando la gran aventura que había vivido al conocer al ermitaño, cosa que no creyeron. Pensaron que todo era parte de la alucinación provocada por el entorno y el frío que quizás había pasado. Oírlo daba la sensación de que disfrutaba con ello, que no lamentaba haberse perdido. Le había afectado en la cabeza y se creía su fantasía. Siempre había sido muy imaginativo y solía creer en cosas que normalmente la gente normal no creería, a excepción de los niños pequeños que aun suelen creer en ciertas cosas.
―Veo que hablo y siento vuestro rechazo, no creéis lo que os digo.
Laura lo miró de cierta manera mientras recogía sus cosas. Permanecía incrédula, y hasta parecía sentir lástima por él.
―Tu tampoco me crees, ¿verdad? Entiendo, piensas que deliro o algo así.
―Michael, no puedes convencerte de algo novelesco. Seguro que tuviste fiebre y montaste la película en tu cabeza. Es como si acabases de ver uno de esos programas que tanto te gusta, como… Cuarto milenio, por ejemplo.
―Está bien, dejémoslo así tal cual― comentó defraudado.
―Nos vamos, regresamos a casa y atrás se queda esta pesadilla, será solo un mal recuerdo― dijo ella sonriéndole muy cariñosamente―. Me tuviste muy preocupada, sentí una especie de pinchazo aquí dentro…― se tocó en el pecho en la parte del corazón―, creí que te iba a perder.
― ¿De verdad?― preguntó incrédulo―. Te preocupaste por mi ― sonrió feliz―, eso significa que me quieres un poquito…― gesticuló con las manos mostrando ese poco de amor.
Laura se acercó despacio sin quitarle los ojos de vista y cuando estuvo frente a él, le obsequió con un beso apasionado en la boca. Michael se dejó llevar y respondió a ese mismo gesto.


Habían pasado varias semanas desde lo ocurrido en el bosque. Michael desde entonces no era el mismo, aunque intentaba disimularlo para que no le preguntasen. Nadie quería creerle, dejando el tema zanjado ante sus compañeros y Laura, que desde ese día era su pareja.
Estaba ante el ordenador y miraba fijamente la pantalla encendida, parecía abstraído y por un leve instante de tiempo pudo ver claramente el rostro del viejo del bosque que lo miraba acusador, como culpable de las cosas malas del mundo.
Sí, puede que tengas razón en algunas cosas. Somos malos y lo que hacemos es, destruirnos y destruir todo lo que hay en nuestro alrededor. La humanidad es un asco― declaró.