Vivir una sobrenatural aventura no era precisamente lo que esperaba de ese instantáneo viaje. Lo pensó tan solo un momento, es más, al parecer ni lo pensó. Fue un impulso inesperado lo que la guió a aceptar aquella ridícula apuesta. A ella le invadía una soberbia y mágica inquietud aventurera y no porque le gustase el riesgo, ni desease enfrentarse a ningún animal salvaje, sino porque deseaba enfrentarse a su soledad interior, buscar un recodo de tranquilidad en el fondo del alma y poder encontrarse consigo misma, averiguar por qué se había disipado la inspiración de su mente, por qué el duende o la musa que le hacía volcarse de lleno sobre el papel en blanco había abandonado su redil y no hallaba respuesta entre tanta multitud diaria en esa metrópolis urbana en la que la humanidad se suele desenvolver cada día. Para ella esa rústica aventura le hacía vibrar algo por dentro que motivaba su inquietud animándola a desafiar su mente dormida.
Cuando sus ingeniosas amigas: Clara y Sandra le relataron la macabra historia que rondaba sobre ese lugar en la montaña, por un instante se le puso los vellos de punta, aunque después de pensar en aquellas intrigas que para ella solo eran meras suposiciones, palabras inventadas que corrían de boca en boca como leyenda urbana inventada quizás por alguna mente creativa para atraer cierto público hasta ese lugar, le importó “un comino”. Por lo demás se suponía que todo era un negocio al fin y al cabo.
La verdad, decidirse o no, no le fue difícil, ya que no creía en ese tipo de paranoias y aceptó la apuesta sin dilaciones para permanecer varios días alejada de la ciudad, sola, en una cabaña en la loma de una blanca montaña rodeada de verde bosque y a la que una macabra historia le precede.
El viaje resultaría interesante yéndose preparada para imprevistos.
Cuando al fin llegó, el auto se detuvo a unos metros de la puerta y sus amigas se despiden de ella sonriendo maliciosas con macabra intención. Pensando en lo malas que podían ser enviando a la mejor amiga al destierro, al peligro, sabiendo la verdad sobre ese lugar. Eso la hizo recapacitar sobre la mentalidad de ambas, y en la grata confianza que tenían sobre ella.
Viendo el coche alejarse traga saliva, observando el ambiente frío y sobrecogedor. Está delante la puerta con su equipaje y varias cajas cerradas mientras una delicada brisa le roza la cara. Piensa en lo convenidas que son sus amigas al asegurar su permanencia en ese sitio alejado de la mano de Dios. Así, saben que no tiene escapatoria, que cumplirá el pacto y dentro de los días marcados ellas regresarán para recogerla. De todas maneras no estaba arrepentida de haber aceptado la apuesta, solo quería aprovechar la oportunidad de estar tranquila, pensar, y ese era al parecer un idílico lugar para ello.
Al abrir la puerta oye el chirriar de las bisagras desgastadas que le hacen sonreír recordando las intrigantes voces de sus anheladas amigas.
Dentro, el interior es bastante acogedor presidiendo en el centro de la sala única, una chimenea de boca grande, negra por la tizne. Una cortina separa el dormitorio del resto de la casa. Descubrió el baño en el exterior al lado del cobertizo. Pensar en que la noche cae deprisa, el frío que hace y tener que salir cada vez que… bueno, no quiere pensar en ello.
Acomoda sus cosas y la comida compuesta por latas, fruta y pan… No tiene electricidad y eso le pone algo nerviosa, pero claro solo serán unos días nada más.
La noche baña poco a poco con su oscuridad el interior de la cabaña. Enciende la chimenea y unas velas dando un toque de sobriedad hogareña a la estancia.
Por un momento recuerda las palabras inquietantes de Clara, que era casi la que llevaba la voz cantante sobre esa extraña situación. En eco repetido le llegan susurrando como un lamento dando consejo de lo que tiene que hacer al llegar la noche. Le advirtió de que la puerta y ventanas estuviesen bien cerradas y que sus oídos estuviesen protegidos por unos cascos de música con entonación alta.
_ ¡¡Qué loca!!_ murmura sola, esbozando una leve sonrisa de incredulidad.
Se sentó en el sillón frente al calor de la chimenea con una copa de vino y algo de picar. Puede observar desde su perspectiva que por las paredes de madera hay retratos de viejos cazadores mostrando a la cámara sus trofeos de caza. Están sonrientes y parecen satisfechos.
Piensa en la posibilidad de intentar tener en cuenta ese especial detalle a la hora de usarlo como posible idea para provocar la llegada de la esfumada inspiración.
El chisporroteo de la leña y el calor desprendido, acompañado de una inesperada tranquilidad, envuelven su cuerpo provocando a sus párpados una complacida capacidad para cerrarse buscando el descanso, con ganas de querer soñar.
Mientras eso ocurre, recuerda el instante en que firmó el contrato de alquiler, de cómo aquel hombre de mirada lánguida le observaba perplejo, confundido, al saber que estaría sola en un lugar tan solitario. Ella sonrió tranquila, convencida de su decisión y muy relajada, sin temor alguno, mientras sus amigas sonríen pícaras y divertidas, como dos viejas brujas cómplices de acometer tan diabólico plan.
El sueño hace mella y se apodera de su psicología, llevándola a una apacible serenidad acostumbrada poco a ese placentero silencio. Entonces siente algo que la confunde y hace sobresaltar su instinto de protección inclinándose de pronto y de golpe hacia adelante, como si alguien le hubiese hablado inesperadamente al oído en un extenuado susurro envuelto en un helado soplo, que rozó su cuello helándole la piel. Esa experiencia le hace sentir confusa y una extraña sensación incómoda, mas sabiendo que no hay nadie con ella, está sola. Lo primero que se le vino a la mente fue, pensar en el subconsciente. Ha sentido pánico y el corazón lo tiene acelerado y no entiende por qué. Intenta mantener la calma controlando la situación, siendo consciente de que se enfrenta a una considerable tranquilidad, de que los ruidos no existen y que todo está en su cabeza confusa y llena de historias sobrenaturales que alimentan la irrealidad. No puede tomar en serio lo que no es creíble.
Tomó aire y recapacitó, volviendo a la normalidad, alejando los miedos y centrándose en: crear su libro. Había ido a ese lugar para descansar y no para pasar miedo gratuitamente.
Las horas vacías se suceden rápido y el sueño puede con ella volviendo a dominar sus sentidos. Cobijada en una manta al calor del fuego, los párpados caen pesados ignorando al silencio.
Inesperadamente… un soplo helado recorre su cuello envuelto en otro susurro de palabras inaudibles que penetran en sus témpanos haciendo estremecer la piel por el terror que le provoca. Vuelve el sobresalto y al levantarse de sopetón huyendo de algo que no ve, choca con la mesita y la copa vuelca derramando el rojo vino sobre el papel en blanco del bloc. Busca en las sombras de los escasos rincones de la habitación con la mirada exaltada intentando identificar a quien provoco su pánico.
Sabe de antemano que no hay nadie con ella. Y de nuevo las palabras de Clara retumban en su cabeza recordando cuando le repitió varias veces que protegiera sus oídos con una escandalosa música. Eso le hace buscar entre las cosas que hay en una de las dos cajas. Cuando encuentra los cascos se los coloca encontrando la melodía adecuada que oriente su pensamiento en otra dirección. No puede callar el susurro que se repite en su mente abrazando sus sentidos.
La eléctrica música se mezcla con las filtradas palabras susurradas por algo que le pone los vellos de punta. Sube el nivel para callar la voz mientras huye a un rincón de la habitación, abrazándose a sí misma intentando llegar a una clara conclusión sin caer en la cuenta de poder volverse loca. Todo es escabroso, pensando que sin quererlo está aterrada.
Los primeros rayos de sol tocan el interior de la cabaña aunque no es precisamente lo que la despierta. Un estridente sonido, el motor de una herramienta alerta sus sentidos despertándola de pronto. Se frota los ojos y llevándose las manos a la cabeza descubre que los cascos están en el suelo. No entiende de donde proviene el ruido. Con las legañas aun pegadas se dirige al fregadero y abre el grifo para enjuagarse la cara secándose con papel de cocina. Busca con la mirada a través del cristal de la ventana que tiene frente a ella, pero no ve a nadie.
Decide salir al exterior. Se coloca un anorak y unas botas. Abre la puerta y recibe la primera brisa fría de la mañana que acaricia su rostro. Puede oír con más claridad el sonido del motor. A priori, sospecha de que una moto sierra está siendo manejado por alguien.
Sale y camina sobre la nieve. Mientras lo hace observa a su alrededor y no ve a nadie. Puede disfrutar del paisaje, propio de una estampa navideña. Después de andar durante un rato y de oír el crujido bajo sus pies de la blanca nieve, se aleja varios metros de la cabaña.
Oculto entre los pinos hay un hombre abrigado con orejeras y gafas protectoras manejando una moto sierra. Esta limpiando la zona de ramas secas.
Ella lo observa pasmada, tímida. No esperaba encontrarse con nadie. De pronto el extraño se da cuenta de que es observado y deja la labor detenida, parando la herramienta y descansándola sobre la nieve. Descubre sus ojos y muestra su rostro joven y agradable. Sonríe caminando unos pasos hacia ella para hablarle.
_Disculpe, ¿la desperté verdad? Lo siento, no pretendía romper su descanso.
_Bueno… no importa.
_Permita que me presente…_ ofrece su mano desnuda del guante acercándose más a ella_. Soy Víctor, ayudante del guardabosque_ expresa simpático.
_ ¡OH!_ emite un sonido de confusión_. Soy Elena_ ofrece su mano. Ambos se presentan con cordialidad.
_Supuse que había llegado alguien a la cabaña, aunque al no ver auto alguno en la puerta… Anoche vi luz y…
Ella esta intrigada aunque no sabe si tener miedo o no a la presencia de ese hombre. Pensar que tener cerca a alguien la tranquilizaba.
_Bueno, si necesita algo o alguna cosa, me puede encontrar por aquí. Estoy quedándome más arriba en la cabaña del guardabosque. Este es un lugar muy tranquilo y no suele venir nadie últimamente, hace tiempo que no se caza.
_AH bien, gracias_ dice cortada.
Elena se siente intimidada. No sabe qué pensar al respecto. Quizás la culpa de ello lo tenían sus ojos almendrados y su piel blanca. Entonces le preguntó…
_ ¿Hay lobos por aquí?
_Bueno, no expresamente, no suelen bajar hasta aquí. No se preocupe, ni los osos tampoco vienen por esta loma de la montaña.
_AH bueno, estoy más tranquila, gracias, le dejo trabajar.
Se despide de él mostrando una leve inquietud y sonríe asustada, volviéndose hacia la cabaña a paso apresurado. Al girarse oye de nuevo la moto sierra a su espalda y regresa sobre sus pasos.
El día se le hace eterno dando paseos repetidos en el mismo habitáculo. Una parte de ella está desconforme a que llegara la oscuridad de nuevo. Solo pensar en aquel siseo, susurro frío y aterrador que le hizo helar la sangre, le hace sentir impotente en esa considerable sobriedad. No quiere obsesionarse con ese instante macabro. Solo creer que parte de esa locura es tan solo una falsa suposición, una invención del subconsciente animado por la superstición de una idea originada en la más absurda de las creencias humanas.
Las ideas no fluyen como esperaba en su cabeza. Está en blanco absoluto, no puede calcular el tiempo que necesita para que la perdida inspiración retomara el camino hacia su mente.
Se sienta en el sofá abrumada con la mirada perdida en la pared donde observa desde la distancia los viejos y antiguos retratos en blanco y negro e incluso en color sepia. Esos hombres mostrando orgullosos sus presas en un tiempo extraño y diferente. Intenta imaginar esos momentos, pero le es difícil calcular las cosas, no sabe nada de caza ni cuando pudo suceder los hechos; necesitaba Internet. Del lugar ya sabe que es extraño, que le rodea una excitante historia de la que no cree nada, aunque haya sentido la presencia de alguien, ese ser que desvela sus sueños susurrando a sus oídos un aliento frío y desgarrador. Solo puede llegar a una conclusión clara sobre ese lugar: que era un punto de encuentro para cazadores.
Un humilde refugio donde reunirse para debatir opiniones y compartir el mismo gusto por la caza. Y al parecer todo eso cambió un día. Llegó a convertirse en un lugar aparentemente idílico donde los turistas acudían para encontrarse con una historia sorprendente, macabra que lo envolvía todo de oscuro, convirtiéndolo en un lugar maldito, espantando a futuros inquilinos.
El tiempo pasa descuidadamente para su soledad y observa como la oscuridad empieza a acariciar el interior del hogar.
Elena enciende la chimenea calentándose el ambiente frío. También enciende varias velas para iluminar la sala que luce tétrica y desoladora.
Tiene preparados los cascos y revisa las pilas por si están bien puestas, disponiéndose a cenar algo. Oye de pronto la leña como saltan las chispas entre el fuego y eso la sobresalta.
No ha llegado aun el cansancio a los párpados cuando se pronuncia el intenso susurro rompiendo el silencio de la tranquilidad en la que se encuentra.
Su cabeza automáticamente se inclina, se gira como un autómata programado que busca a su alrededor una sombra que identifique la voz que le habla, que siente como venida desde lo más profundo de la oscuridad. Intenta no ponerse nerviosa y pensar fríamente, sin querer asustarse. Tímidamente se pone de pie y toma los cascos en mano, preparada para soportar la despiadada música, pero antes observa entre las sombras y no ve nada, ni a nadie visible, pero sí siente que no está sola. La voz inquietante emite su peculiar sonido de ultratumba, erizándole la piel y recorriendo su cuerpo un descontrolado escalofrío. No puede pensar, no sabe qué creer. Entiende que puede ser parte del trabajo de una mente confusa. Una jugarreta del subconsciente. No puede creer en esa realidad desconocida ni en leyendas absurdas. La está viviendo en carne propia y le da vergüenza aceptar que sus amigas tenían razón a pesar de que ellas admitieran no creer en ello. Solo necesitaban saber si ella era capaz de soportar la soledad de ese lugar aun sabiendo su secreto y ganar con ello la apuesta.
Cuando el instante se hace imposible de resistir se pone los cascos para taponar la mente con la música estridente y concentrar sus energías en otra cosa. Traga nudo y cierra los ojos poniéndose a rezar, hacía tiempo que no lo hacía.
Amanece un nuevo día y aparece tendida sobre el sofá con apariencia de derrota y cansancio. Cuando un rayo de sol entra rozando su rostro, despierta y se inclina como dolorida por una mala postura. Los cascos están en el suelo.
Mientras se refresca la cara en la cocina puede ver el exterior desde la ventana empañada por los vapores condesados durante la noche. Parece que está ante ella un día estupendo que invita a pasear. Hace café en la hornilla de leña y se asoma a la puerta para apreciar el entorno en primera línea. Se le escapa un suspiro extenuado rozando la melancolía, cuando el aroma del café la despierta de su leve ensoñación.
Después de desayunar algo, sale al exterior de la cabaña vagando por su cabeza la idea de que su estancia en ese lugar está llegando a su fin. Por fin llegará el instante que vea llegar el coche de Clara que viene a recogerla junto a Sandra. Aunque al caminar unos metros pensó en ese guardabosques, si fuese quizás a buscarlo para que le ayudase a salir de ese infernal lugar…
Abrigada con el anorak, camina sobre la nieve apretada. Oye su crujido bajo sus pies en un silencio nítido y solemne. El blanco nieve casi puede llegar a ser cegador bajo un sol reluciente que brilla como nunca. Teme perderse, pero lo intenta. Busca el trayecto que le lleve hasta la cabaña de ese joven que ofreció su ayuda el día que le conoció.
De pronto, un ruido proveniente de unos matorrales la sobresalta. No ve nada a su alrededor. Pudo ser algún animal del bosque, pero no lo ha visto.
Sigue su camino volviendo de pronto la mirada hacia atrás, sabe que ha caminado mucho y teme perderse al reanudar el paso. Toma aliento entre suspiros de angustia y se enfrenta a sus miedos queriendo encontrar la cabaña del guardabosque.
Por fin, en un desesperado recorrido en donde todo es igual, divisa en medio de la arboleda la silueta de una cabaña. Detiene por unos instantes el paso para tomar aliento. Observa a su alrededor sintiendo el silencio del bosque como si fuese un lugar de inminente soledad. Piensa en la posibilidad de que verdaderamente no viviese nadie en ese lugar.
Se aproxima hasta la puerta y pega en ella varias veces, pero sin resultado. Lo intenta de nuevo y percata como la puerta se abre sola invitándola a pasar. Alza su voz llamando al joven mientras entona un leve saludo al penetrar en la estancia.
_ ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?_ dice_ Señor… ¡Víctor! ¿Está presente?
Elena está sorprendida y cohibida al tener ante sus ojos un deshabitado lugar. No hay nadie, ni huella alguna de que viviese nadie desde hace años en ese sitio. Todo está sucio, descolocado, viejo y abandonado. Al pasearse por la estancia polvorienta, repasa con un dedo sobre la mesa rota a falta de patas, carcomidas por el tiempo. No puede entender ni comprender nada y eso le hace sentir estúpida, triste y a la vez asustada._<< ¿Dónde está Víctor?>>_ masculla entre dientes.
Al salir al exterior siente la fría nieve en forma de brisa. Todo lo ve igual. Blanco e infinito, hasta le da vértigo verse, saberse en esa soledad. Por su mente pasan ideas descabelladas, como que todo es parte de un juego, una broma. Espera ver salir de entre los matorrales a sus amigas gritando algo así como…: INOCENTE. ¡Te lo has creído todo!
En su rostro se dibuja la estela de una leve sonrisa. Ingenua se echa a andar buscando el rastro de sus huellas sobre la nieve para regresar a su cabaña. Menos mal que no nevaba, hubiese borrado las marcas de sus botas y… bueno no quiere pensar en ello.
Envuelta en el frío y la soledad observa el entorno dando la impresión de que es acechada por algo o alguien. Camina de pronto más rápido. Sus ojos buscan desesperados en la lejanía de un entorno repetitivo. Percibe que la observan, pero no sabe el qué. Es un instante delicado y solo desea volver a la cabaña y encerrarse en ella, aunque no le agrade compartirla con un fantasma.
El regreso se le ha hecho pesado y cuando al fin consigue llegar hasta la puerta se agarra con ganas al pomo y una vez dentro se encierra en ella. En un impulso descontrolado busca el móvil y cuando lo encuentra aprecia que no hay cobertura, cosa que sabe, pero la imposibilidad de encontrar una solución le lleva a ello. Tiene la mente aturrullada por el ambiente y solo desea salir cuanto antes de ese sitio extraño. _<>_ dice en voz alta en su soledad.
Cuando sus ingeniosas amigas: Clara y Sandra le relataron la macabra historia que rondaba sobre ese lugar en la montaña, por un instante se le puso los vellos de punta, aunque después de pensar en aquellas intrigas que para ella solo eran meras suposiciones, palabras inventadas que corrían de boca en boca como leyenda urbana inventada quizás por alguna mente creativa para atraer cierto público hasta ese lugar, le importó “un comino”. Por lo demás se suponía que todo era un negocio al fin y al cabo.
La verdad, decidirse o no, no le fue difícil, ya que no creía en ese tipo de paranoias y aceptó la apuesta sin dilaciones para permanecer varios días alejada de la ciudad, sola, en una cabaña en la loma de una blanca montaña rodeada de verde bosque y a la que una macabra historia le precede.
El viaje resultaría interesante yéndose preparada para imprevistos.
Cuando al fin llegó, el auto se detuvo a unos metros de la puerta y sus amigas se despiden de ella sonriendo maliciosas con macabra intención. Pensando en lo malas que podían ser enviando a la mejor amiga al destierro, al peligro, sabiendo la verdad sobre ese lugar. Eso la hizo recapacitar sobre la mentalidad de ambas, y en la grata confianza que tenían sobre ella.
Viendo el coche alejarse traga saliva, observando el ambiente frío y sobrecogedor. Está delante la puerta con su equipaje y varias cajas cerradas mientras una delicada brisa le roza la cara. Piensa en lo convenidas que son sus amigas al asegurar su permanencia en ese sitio alejado de la mano de Dios. Así, saben que no tiene escapatoria, que cumplirá el pacto y dentro de los días marcados ellas regresarán para recogerla. De todas maneras no estaba arrepentida de haber aceptado la apuesta, solo quería aprovechar la oportunidad de estar tranquila, pensar, y ese era al parecer un idílico lugar para ello.
Al abrir la puerta oye el chirriar de las bisagras desgastadas que le hacen sonreír recordando las intrigantes voces de sus anheladas amigas.
Dentro, el interior es bastante acogedor presidiendo en el centro de la sala única, una chimenea de boca grande, negra por la tizne. Una cortina separa el dormitorio del resto de la casa. Descubrió el baño en el exterior al lado del cobertizo. Pensar en que la noche cae deprisa, el frío que hace y tener que salir cada vez que… bueno, no quiere pensar en ello.
Acomoda sus cosas y la comida compuesta por latas, fruta y pan… No tiene electricidad y eso le pone algo nerviosa, pero claro solo serán unos días nada más.
La noche baña poco a poco con su oscuridad el interior de la cabaña. Enciende la chimenea y unas velas dando un toque de sobriedad hogareña a la estancia.
Por un momento recuerda las palabras inquietantes de Clara, que era casi la que llevaba la voz cantante sobre esa extraña situación. En eco repetido le llegan susurrando como un lamento dando consejo de lo que tiene que hacer al llegar la noche. Le advirtió de que la puerta y ventanas estuviesen bien cerradas y que sus oídos estuviesen protegidos por unos cascos de música con entonación alta.
_ ¡¡Qué loca!!_ murmura sola, esbozando una leve sonrisa de incredulidad.
Se sentó en el sillón frente al calor de la chimenea con una copa de vino y algo de picar. Puede observar desde su perspectiva que por las paredes de madera hay retratos de viejos cazadores mostrando a la cámara sus trofeos de caza. Están sonrientes y parecen satisfechos.
Piensa en la posibilidad de intentar tener en cuenta ese especial detalle a la hora de usarlo como posible idea para provocar la llegada de la esfumada inspiración.
El chisporroteo de la leña y el calor desprendido, acompañado de una inesperada tranquilidad, envuelven su cuerpo provocando a sus párpados una complacida capacidad para cerrarse buscando el descanso, con ganas de querer soñar.
Mientras eso ocurre, recuerda el instante en que firmó el contrato de alquiler, de cómo aquel hombre de mirada lánguida le observaba perplejo, confundido, al saber que estaría sola en un lugar tan solitario. Ella sonrió tranquila, convencida de su decisión y muy relajada, sin temor alguno, mientras sus amigas sonríen pícaras y divertidas, como dos viejas brujas cómplices de acometer tan diabólico plan.
El sueño hace mella y se apodera de su psicología, llevándola a una apacible serenidad acostumbrada poco a ese placentero silencio. Entonces siente algo que la confunde y hace sobresaltar su instinto de protección inclinándose de pronto y de golpe hacia adelante, como si alguien le hubiese hablado inesperadamente al oído en un extenuado susurro envuelto en un helado soplo, que rozó su cuello helándole la piel. Esa experiencia le hace sentir confusa y una extraña sensación incómoda, mas sabiendo que no hay nadie con ella, está sola. Lo primero que se le vino a la mente fue, pensar en el subconsciente. Ha sentido pánico y el corazón lo tiene acelerado y no entiende por qué. Intenta mantener la calma controlando la situación, siendo consciente de que se enfrenta a una considerable tranquilidad, de que los ruidos no existen y que todo está en su cabeza confusa y llena de historias sobrenaturales que alimentan la irrealidad. No puede tomar en serio lo que no es creíble.
Tomó aire y recapacitó, volviendo a la normalidad, alejando los miedos y centrándose en: crear su libro. Había ido a ese lugar para descansar y no para pasar miedo gratuitamente.
Las horas vacías se suceden rápido y el sueño puede con ella volviendo a dominar sus sentidos. Cobijada en una manta al calor del fuego, los párpados caen pesados ignorando al silencio.
Inesperadamente… un soplo helado recorre su cuello envuelto en otro susurro de palabras inaudibles que penetran en sus témpanos haciendo estremecer la piel por el terror que le provoca. Vuelve el sobresalto y al levantarse de sopetón huyendo de algo que no ve, choca con la mesita y la copa vuelca derramando el rojo vino sobre el papel en blanco del bloc. Busca en las sombras de los escasos rincones de la habitación con la mirada exaltada intentando identificar a quien provoco su pánico.
Sabe de antemano que no hay nadie con ella. Y de nuevo las palabras de Clara retumban en su cabeza recordando cuando le repitió varias veces que protegiera sus oídos con una escandalosa música. Eso le hace buscar entre las cosas que hay en una de las dos cajas. Cuando encuentra los cascos se los coloca encontrando la melodía adecuada que oriente su pensamiento en otra dirección. No puede callar el susurro que se repite en su mente abrazando sus sentidos.
La eléctrica música se mezcla con las filtradas palabras susurradas por algo que le pone los vellos de punta. Sube el nivel para callar la voz mientras huye a un rincón de la habitación, abrazándose a sí misma intentando llegar a una clara conclusión sin caer en la cuenta de poder volverse loca. Todo es escabroso, pensando que sin quererlo está aterrada.
Los primeros rayos de sol tocan el interior de la cabaña aunque no es precisamente lo que la despierta. Un estridente sonido, el motor de una herramienta alerta sus sentidos despertándola de pronto. Se frota los ojos y llevándose las manos a la cabeza descubre que los cascos están en el suelo. No entiende de donde proviene el ruido. Con las legañas aun pegadas se dirige al fregadero y abre el grifo para enjuagarse la cara secándose con papel de cocina. Busca con la mirada a través del cristal de la ventana que tiene frente a ella, pero no ve a nadie.
Decide salir al exterior. Se coloca un anorak y unas botas. Abre la puerta y recibe la primera brisa fría de la mañana que acaricia su rostro. Puede oír con más claridad el sonido del motor. A priori, sospecha de que una moto sierra está siendo manejado por alguien.
Sale y camina sobre la nieve. Mientras lo hace observa a su alrededor y no ve a nadie. Puede disfrutar del paisaje, propio de una estampa navideña. Después de andar durante un rato y de oír el crujido bajo sus pies de la blanca nieve, se aleja varios metros de la cabaña.
Oculto entre los pinos hay un hombre abrigado con orejeras y gafas protectoras manejando una moto sierra. Esta limpiando la zona de ramas secas.
Ella lo observa pasmada, tímida. No esperaba encontrarse con nadie. De pronto el extraño se da cuenta de que es observado y deja la labor detenida, parando la herramienta y descansándola sobre la nieve. Descubre sus ojos y muestra su rostro joven y agradable. Sonríe caminando unos pasos hacia ella para hablarle.
_Disculpe, ¿la desperté verdad? Lo siento, no pretendía romper su descanso.
_Bueno… no importa.
_Permita que me presente…_ ofrece su mano desnuda del guante acercándose más a ella_. Soy Víctor, ayudante del guardabosque_ expresa simpático.
_ ¡OH!_ emite un sonido de confusión_. Soy Elena_ ofrece su mano. Ambos se presentan con cordialidad.
_Supuse que había llegado alguien a la cabaña, aunque al no ver auto alguno en la puerta… Anoche vi luz y…
Ella esta intrigada aunque no sabe si tener miedo o no a la presencia de ese hombre. Pensar que tener cerca a alguien la tranquilizaba.
_Bueno, si necesita algo o alguna cosa, me puede encontrar por aquí. Estoy quedándome más arriba en la cabaña del guardabosque. Este es un lugar muy tranquilo y no suele venir nadie últimamente, hace tiempo que no se caza.
_AH bien, gracias_ dice cortada.
Elena se siente intimidada. No sabe qué pensar al respecto. Quizás la culpa de ello lo tenían sus ojos almendrados y su piel blanca. Entonces le preguntó…
_ ¿Hay lobos por aquí?
_Bueno, no expresamente, no suelen bajar hasta aquí. No se preocupe, ni los osos tampoco vienen por esta loma de la montaña.
_AH bueno, estoy más tranquila, gracias, le dejo trabajar.
Se despide de él mostrando una leve inquietud y sonríe asustada, volviéndose hacia la cabaña a paso apresurado. Al girarse oye de nuevo la moto sierra a su espalda y regresa sobre sus pasos.
El día se le hace eterno dando paseos repetidos en el mismo habitáculo. Una parte de ella está desconforme a que llegara la oscuridad de nuevo. Solo pensar en aquel siseo, susurro frío y aterrador que le hizo helar la sangre, le hace sentir impotente en esa considerable sobriedad. No quiere obsesionarse con ese instante macabro. Solo creer que parte de esa locura es tan solo una falsa suposición, una invención del subconsciente animado por la superstición de una idea originada en la más absurda de las creencias humanas.
Las ideas no fluyen como esperaba en su cabeza. Está en blanco absoluto, no puede calcular el tiempo que necesita para que la perdida inspiración retomara el camino hacia su mente.
Se sienta en el sofá abrumada con la mirada perdida en la pared donde observa desde la distancia los viejos y antiguos retratos en blanco y negro e incluso en color sepia. Esos hombres mostrando orgullosos sus presas en un tiempo extraño y diferente. Intenta imaginar esos momentos, pero le es difícil calcular las cosas, no sabe nada de caza ni cuando pudo suceder los hechos; necesitaba Internet. Del lugar ya sabe que es extraño, que le rodea una excitante historia de la que no cree nada, aunque haya sentido la presencia de alguien, ese ser que desvela sus sueños susurrando a sus oídos un aliento frío y desgarrador. Solo puede llegar a una conclusión clara sobre ese lugar: que era un punto de encuentro para cazadores.
Un humilde refugio donde reunirse para debatir opiniones y compartir el mismo gusto por la caza. Y al parecer todo eso cambió un día. Llegó a convertirse en un lugar aparentemente idílico donde los turistas acudían para encontrarse con una historia sorprendente, macabra que lo envolvía todo de oscuro, convirtiéndolo en un lugar maldito, espantando a futuros inquilinos.
El tiempo pasa descuidadamente para su soledad y observa como la oscuridad empieza a acariciar el interior del hogar.
Elena enciende la chimenea calentándose el ambiente frío. También enciende varias velas para iluminar la sala que luce tétrica y desoladora.
Tiene preparados los cascos y revisa las pilas por si están bien puestas, disponiéndose a cenar algo. Oye de pronto la leña como saltan las chispas entre el fuego y eso la sobresalta.
No ha llegado aun el cansancio a los párpados cuando se pronuncia el intenso susurro rompiendo el silencio de la tranquilidad en la que se encuentra.
Su cabeza automáticamente se inclina, se gira como un autómata programado que busca a su alrededor una sombra que identifique la voz que le habla, que siente como venida desde lo más profundo de la oscuridad. Intenta no ponerse nerviosa y pensar fríamente, sin querer asustarse. Tímidamente se pone de pie y toma los cascos en mano, preparada para soportar la despiadada música, pero antes observa entre las sombras y no ve nada, ni a nadie visible, pero sí siente que no está sola. La voz inquietante emite su peculiar sonido de ultratumba, erizándole la piel y recorriendo su cuerpo un descontrolado escalofrío. No puede pensar, no sabe qué creer. Entiende que puede ser parte del trabajo de una mente confusa. Una jugarreta del subconsciente. No puede creer en esa realidad desconocida ni en leyendas absurdas. La está viviendo en carne propia y le da vergüenza aceptar que sus amigas tenían razón a pesar de que ellas admitieran no creer en ello. Solo necesitaban saber si ella era capaz de soportar la soledad de ese lugar aun sabiendo su secreto y ganar con ello la apuesta.
Cuando el instante se hace imposible de resistir se pone los cascos para taponar la mente con la música estridente y concentrar sus energías en otra cosa. Traga nudo y cierra los ojos poniéndose a rezar, hacía tiempo que no lo hacía.
Amanece un nuevo día y aparece tendida sobre el sofá con apariencia de derrota y cansancio. Cuando un rayo de sol entra rozando su rostro, despierta y se inclina como dolorida por una mala postura. Los cascos están en el suelo.
Mientras se refresca la cara en la cocina puede ver el exterior desde la ventana empañada por los vapores condesados durante la noche. Parece que está ante ella un día estupendo que invita a pasear. Hace café en la hornilla de leña y se asoma a la puerta para apreciar el entorno en primera línea. Se le escapa un suspiro extenuado rozando la melancolía, cuando el aroma del café la despierta de su leve ensoñación.
Después de desayunar algo, sale al exterior de la cabaña vagando por su cabeza la idea de que su estancia en ese lugar está llegando a su fin. Por fin llegará el instante que vea llegar el coche de Clara que viene a recogerla junto a Sandra. Aunque al caminar unos metros pensó en ese guardabosques, si fuese quizás a buscarlo para que le ayudase a salir de ese infernal lugar…
Abrigada con el anorak, camina sobre la nieve apretada. Oye su crujido bajo sus pies en un silencio nítido y solemne. El blanco nieve casi puede llegar a ser cegador bajo un sol reluciente que brilla como nunca. Teme perderse, pero lo intenta. Busca el trayecto que le lleve hasta la cabaña de ese joven que ofreció su ayuda el día que le conoció.
De pronto, un ruido proveniente de unos matorrales la sobresalta. No ve nada a su alrededor. Pudo ser algún animal del bosque, pero no lo ha visto.
Sigue su camino volviendo de pronto la mirada hacia atrás, sabe que ha caminado mucho y teme perderse al reanudar el paso. Toma aliento entre suspiros de angustia y se enfrenta a sus miedos queriendo encontrar la cabaña del guardabosque.
Por fin, en un desesperado recorrido en donde todo es igual, divisa en medio de la arboleda la silueta de una cabaña. Detiene por unos instantes el paso para tomar aliento. Observa a su alrededor sintiendo el silencio del bosque como si fuese un lugar de inminente soledad. Piensa en la posibilidad de que verdaderamente no viviese nadie en ese lugar.
Se aproxima hasta la puerta y pega en ella varias veces, pero sin resultado. Lo intenta de nuevo y percata como la puerta se abre sola invitándola a pasar. Alza su voz llamando al joven mientras entona un leve saludo al penetrar en la estancia.
_ ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?_ dice_ Señor… ¡Víctor! ¿Está presente?
Elena está sorprendida y cohibida al tener ante sus ojos un deshabitado lugar. No hay nadie, ni huella alguna de que viviese nadie desde hace años en ese sitio. Todo está sucio, descolocado, viejo y abandonado. Al pasearse por la estancia polvorienta, repasa con un dedo sobre la mesa rota a falta de patas, carcomidas por el tiempo. No puede entender ni comprender nada y eso le hace sentir estúpida, triste y a la vez asustada._<< ¿Dónde está Víctor?>>_ masculla entre dientes.
Al salir al exterior siente la fría nieve en forma de brisa. Todo lo ve igual. Blanco e infinito, hasta le da vértigo verse, saberse en esa soledad. Por su mente pasan ideas descabelladas, como que todo es parte de un juego, una broma. Espera ver salir de entre los matorrales a sus amigas gritando algo así como…: INOCENTE. ¡Te lo has creído todo!
En su rostro se dibuja la estela de una leve sonrisa. Ingenua se echa a andar buscando el rastro de sus huellas sobre la nieve para regresar a su cabaña. Menos mal que no nevaba, hubiese borrado las marcas de sus botas y… bueno no quiere pensar en ello.
Envuelta en el frío y la soledad observa el entorno dando la impresión de que es acechada por algo o alguien. Camina de pronto más rápido. Sus ojos buscan desesperados en la lejanía de un entorno repetitivo. Percibe que la observan, pero no sabe el qué. Es un instante delicado y solo desea volver a la cabaña y encerrarse en ella, aunque no le agrade compartirla con un fantasma.
El regreso se le ha hecho pesado y cuando al fin consigue llegar hasta la puerta se agarra con ganas al pomo y una vez dentro se encierra en ella. En un impulso descontrolado busca el móvil y cuando lo encuentra aprecia que no hay cobertura, cosa que sabe, pero la imposibilidad de encontrar una solución le lleva a ello. Tiene la mente aturrullada por el ambiente y solo desea salir cuanto antes de ese sitio extraño. _<